Fernando Jauregui

Mariano sucede a Rajoy; ‘Espe’ a Aguirre… etc.

Rajoy renunció a una renovación espectacular una vez más: sus candidatos a las elecciones municipales y autonómicas son los y las previsibles. Ninguna sorpresa verdaderamente digna de tal mención: el regreso, que el presidente del PP inicialmente estaba claro que no deseaba, de Esperanza Aguirre y la salida, que Rajoy sí anhelaba, del abrasado Ignacio González. Y no, claro que no hablamos de política madrileña. Lo que ha ocurrido con las candidaturas de Madrid y Valencia, o sea, más de lo mismo, es todo un síntoma de por dónde van los tiros en La Moncloa: ni plantearse reformas sustanciales -ni siquiera mínimas- en la Constitución, ni una política nueva en cuanto a pactos o en las relaciones con la Generalitat catalana. Y, claro, ni un cambio más en el Gobierno, por muy ‘gastados’ que estén algunos ministros, por muchos roces que algunos de ellos mantengan con la vicepresidenta.

Rajoy, a quien la noticia ‘bomba’ de que ‘su’ comité electoral había elegido a Aguirre como candidata a la alcaldía madrileña y a Cristina Cifuentes, sustituyendo a Ignacio González, como candidata a la Comunidad, sorprendió en Jerez de la Frontera, mantiene igualmente unas relaciones muy previsibles con los chicos de la prensa: hasta negó que fuese a conocerse pronto la tan esperada noticia sobre ‘sus’ candidatos/as en la capital. Pocos minutos después, saltaba esa información en Madrid. Lo primero que se nos ocurre es que le encanta sorprender, descolocar, a sus poco queridos periodistas. Porque prefiero no pensar que Rajoy estuviese de verdad ajeno, en Jerez, a lo que ocurría en el debate del comité electoral de su partido: sería aún peor.

No sé si esta vez, tras los rumores de que las candidaturas podrían ir a parar a Soraya Sáenz de Santamaría o hasta al recién llegado Pablo Casado, ha logrado Rajoy sorprendernos del todo. Decepcionarnos, desde luego a mí al menos, puede que sí: ni me ha gustado el método, poco abierto y casi poco democrático, ni me convence la trayectoria de Esperanza Aguirre, a quien bien conozco de tantos años. Así que pillarnos con el pie cambiado, no, porque, conociendo, desde la distancia, al presidente-esfinge, lo natural era lo que a él le gusta: lo previsible. Aunque quién iba a prever hace tres años, cuando la inexplicada dimisión de la ‘lideresa’ Aguirre como presidenta de la Comunidad, que ‘Espe’, tan malquista en La Moncloa, tan lenguaraz para los gustos de Rajoy, tan díscola, tan peculiar, iba a regresar por la puerta grande, al menos hasta que se produzca el veredicto de las urnas. Desde luego, garantizo, tras haber mantenido muchas conversaciones con destacados representantes del PP, en Madrid y en el resto de España, que los ‘populares’ no han aclamado precisamente este paso del máximo jefe, a quien tan poco gusta consultar sus decisiones hasta con los íntimos. Cosa diferente es lo que pueda luego decirse ante los micrófonos.

Y ahí estamos: todo cambia, menos las cosas en el PP. Los mismos ministros, los mismos responsables del ‘aparato’ partidario, un partido que ha dejado de contar en cuanto que tal; la misma impenetrabilidad, idénticos modos para tratar con los chicos de la prensa. Cierto que, mientras, en el resto del mapa partidario, todo es revuelo, y dudo de que muchos madrileños, por seguir ateniéndome a la ‘batalla de Madrid’, sepan a estas alturas quiénes son muchos de los candidatos en el centro, en la izquierda y en la izquierda de la izquierda, sector este donde todo es, en este cuarto de hora al menos, «lío», por utilizar una palabra tan rajoyana.

¿Es buena esa estrategia de un presidente que en Europa se aferra a las tesis más conservadoras de Merkel y que en sus recorridos por la campaña electoral andaluza, que ahí vienen esas primeras elecciones en el año electoral, repite siempre lo mismo, que todo va bien, al menos en economía? Quién sabe: de momento, los sondeos muestran un desconcierto notable, con fuertes apoyos a las formaciones recién salidas del horno -y sin candidatos reconocibles en muchos puntos- y una fuerte desafección hacia los partidos nacionales ‘tradicionales’, PP y PSOE. Y no hablemos ya del grado de impopularidad que, siempre según los sacrosantos sondeos, para lo que valgan, está cosechando la propia figura de Rajoy.

Incluso responsables del Gobierno y del partido que le son afectos -y son la inmensa mayoría- creen, y dicen fuera de micrófonos, que Rajoy no va a poder mantener su inmovilismo durante todo el trayecto de salto de vallas electorales que se erigen a lo largo de todo este año clave. Como tampoco podrá mantenerse el fraccionamiento -que podrá disimularse, pero que es real- en el campo socialista entre Pedro Sánchez y una Susana Díaz que va a salir reforzada de las urnas del 22 de marzo, quizá no porque tenga muchos votos, pero sí porque tendrá los suficientes como para gobernar Andalucía, buscándose apoyos puntuales aquí y allá en un panorama con muchos partidos de imposible concordancia para unirse contra ella.

Bueno, el caso es que Rajoy, que tras visitar por fin los desastres derivados de la crecida del Ebro -visita relámpago, eso sí- y tras darse un garbeo por la anodina campaña andaluza, se ha ido a las Américas, ha movido ficha casi sin moverla. Reconozco que el personaje, a quien respeto, en su imprevisibilidad siempre suscita mi curiosidad: su especial sentido del ‘timing’ político, que consiste en dejar que los demás se muevan en su entorno, mientras él permanece quieto, le ha dado, admito, buen resultado… hasta ahora. Pero han llegado, para quedarse, tiempos que exigen cambio, cambios, más allá de lo lampedusiano -es preciso que algo cambie para que todo siga igual-, no sé si en bien del partido, pero sí en favor del conjunto de la ciudadanía. Pero alguien, en el PP, tendría que decírselo a Rajoy: él, por lo visto, tampoco se ha enterado de eso, como de lo de la designación de Aguirre y Cifuentes.

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