Este 19 de marzo 2015 Pablo Planas escribe en Libertad Digital una columna titulada ‘La primavera árabe y el invierno islámico’ donde arranca así:
No todo el mundo tiene la fe necesaria para ser copto en Egipto, ni la gracia de un dibujante de cómics francés, pero de lo que no cabe ninguna duda es de que en Occidente todos somos o hemos sido turistas. El último atentado en Túnez pone el acento en que no hace falta ser cristiano en el lugar equivocado, dibujar caricaturas de Mahoma o dedicarse a informar en Siria, como los reporteros Javier Espinosa y Marc Marginedas, para convertirse en un enemigo de Alá.
Añade:
Que haya sido Túnez el escenario de la última masacre islamista refuta definitivamente el optimismo de quienes atisbaron en la revolución tunecina de 2010 o en la plaza Tahir una primavera árabe. Se olvidaron añadir que sería como la de Praga, pero en una versión aún más sangrienta y probablemente más larga. Estaban ocupados en jalear al Estado Islámico contra Bashar al Asad en lo que iba a ser ya poco menos que el verano del amor sunita y chiita. Bashar, como dijo Franklin Delano Roosevelt de Anastasio Somoza, quizá sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta.
Concluye:
Ojalá, que viene de Iaw sha’a Allah, algún día se acabe con el terrorismo islámico, pero no es factible que eso se vaya a deber a las cumbres de paz sino a los israelíes, los yankees, los pesmergas kurdos y las milicias cristianas de las que se informó por primera vez en este quinceañero diario.