Fernando Jauregui

Rajoy y Sánchez, tras la campaña andaluza

Desconozco, claro está, el resultado de las elecciones del domingo en Andalucía cuando escribo este comentario: apenas soy un periodista y carezco de bola de cristal para adivinar el futuro. Pero este futuro es bastante previsible, como lo ha sido el desarrollo, el de siempre, de la campaña. Me arriesgo a decir, sin contravenir la absurda legislación electoral que prohíbe difundir los sondeos que aún a esta hora siguen haciéndose, pero no publicándose, que Susana Díaz tiene casi todas las posibilidades de mantenerse al frente de la Junta y su principal oponente, ‘Juanma’ Moreno, tiene bastantes probabilidades de pegarse un trastazo electoral, que por cierto él -él- no merece. De los emergentes, injustamente ausentes de los debates televisivos por carecer de escaño en el Parlamento andaluz, pero muy presentes en las encuestas, ya veremos lo que hay que decir. Que habrá mucho. Y será importante lo que se derive de los resultados de Podemos y Ciudadanos en la Comunidad que es llamada el ‘granero de votos’ y de escaños en las Cortes españolas.

Claro que Andalucía se ha convertido en un observatorio político de primer orden por otras razones. No en vano, tanto Mariano Rajoy, que se ha prodigado en esta campaña, como el secretario general socialista Pedro Sánchez, que no se ha prodigado precisamente por razones fundadamente sospechadas, evitan extrapolar los resultados de estas elecciones que, recuerdan, son ‘solo’ autonómicas. Rajoy se ha lanzado valientemente en apoyo del candidato del PP al que él mismo colocó digitalmente: sabe que Moreno lo tiene, de partida, difícil, aunque ha hecho una campaña limpia, sosegada, sin los gritos de su oponente Díaz, volcada al estilo más duro: ella conoce el terreno que pisa y sabe, supongo, el lenguaje que conviene, aunque confieso que a mí me disgusta esa cierta sal gorda que se esparce desde los atriles mitineros.

Pero hablaba de Pedro Sánchez. Solamente dos apariciones por Andalucía en toda la campaña. Apariencia de sintonía ‘formal’ entre ellos, pero es obvio que no hay química. Sánchez y Díaz mantienen apenas las formas, pero él marchó a la lejana Cantabria para apoyar a la candidata socialista allá mientras doña Susana mitineaba creo que por Almería: los comentaristas interpretaron acertadamente, creo, la lejanía en kilómetros anímicos. Al dirigente socialista le viene mal tanto que Susana Díaz gane en votación y escaños con respecto a lo que había como que pierda: el fracaso será del PSOE y el triunfo, de ella. Ya digo que Díaz será, con casi toda probabilidad -un vuelco sería ahora impensable–, presidenta; pero veremos cómo y con quién, en su caso, aunque yo apuesto a que podrá gobernar sola porque no se dará una conjunción de las restantes fuerzas en su contra.

La lección que al menos yo he aprendido de la campaña andaluza es que la clase política, incluyendo a los que no formaban hasta hace unos meses parte de ella, no ha tenido en cuenta que los tiempos cambian mucho más rápido que las formas oficiales y oficiosas: nadie ha intentado incluir a eso que se llama sociedad civil -suponiendo que exista algo así en España- en el período preelectoral. Ni los intelectuales ni, incluso, los medios, han estado demasiado interesados en lo que los líderes políticos iban diciendo, mitin tras mitin. Y así llegamos al cierre de campaña, a la jornada de reflexión de este sábado y a la cita con las urnas el domingo. Y el lunes abrimos otra nueva, idéntica, precampaña, ahora para las municipales y autonómicas del 24 de mayo. Y luego, la precampaña de… Volverán las oscuras golondrinas del ‘y tú más’, las acusaciones de ‘corrupto tú’ -un día de estos contaré lo que me respondió un candidato murciano cuando le pregunté por qué Murcia era, según titulares de prensa, campeona en corruptelas–, volverá el eclipse total de ideas nuevas… ¿Seguirá siendo todo igual para que nada, pero es que nada, cambie?

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