Este domingo 22 de marzo de 2015, Luis Ventoso escribe una columna en ABC bajo título Con Ronaldo, que arranca diciendo:
Si eres un veinteañero con cuatro letras y te embolsas 30.000 euros cada día que respiras, difícil que no se te suba el pavo. Las tentaciones superan a las de san Antonio y muchos jóvenes futbolistas sucumben. Quien lo hizo con más entusiasmo entre los grandes fue el norirlandés George Best, que dejó una frase de oro en el libro de la bohemia: «Gaste mucho dinero en mujeres, coches y alcohol. El resto, lo malgasté».
El corresponsal de ABC en Londres, continúa:
Cumplidos los 30, trabaja con rigor estajanovista para mantenerlo a punto. Cristiano no engaña. No hay doblez en él. El fútbol se ha convertido en un negocio colosal, un espectáculo donde los astros van y vienen. Él es el mejor, al servicio de quien eventualmente pueda pagarlo. Curioso que tras salvar al Real Madrid con dos goles frente al Schalke le silben y le demanden simpatía. Además, aunque sus prestaciones son casi cibernéticas, es humano. ¿Quién no vagaría como alma en pena tras perder el favor de un ser como la tal Irina, que encima chincha al orgulloso atleta despelotándose por Twitter adelante?
Finaliza así:
Cristiano no es Messi. Solo es un matador del área. Nunca ha ido de osito de peluche. Deja mal estómago ver un reciente vídeo del encantador Leo. Sale del entrenamiento en su tanque todoterreno de cristales ahumados y no frena cuando unos chavales aparecen en la carretera para mendigar una foto, casi los arrolla. Leo, el de los grandes silencios, también con Hacienda: afronta un pleito por la evasión de cuatro millones y una investigación por fraude tributario en sus partidos benéficos. Cuentan que la noble causa filantrópica pasaba por paraísos fiscales de Hong Kong y Curaçao.
