Esther Esteban

Dioses o villanos.

Es la imagen de la indignidad, de la decepción, de un fin de ciclo que mi querida amiga Victoria Prego ha llegado a denominar delito de lesa patria. La foto del agente de aduanas sujetando la cabeza de Rodrigo Rato mientras le introducen en el coche de la Policía, tras ser detenido, es todo un compendio de una etapa política llena de trampas y mentiras donde los héroes eran en realidad villanos y donde casi nada era lo que parecía.

Miraba a Rato entrar en el coche como lo hacen los delincuentes -aunque no estuviera esposado- y recordaba al poderosísimo hombre que, al poco de ser elegido presidente del Fondo Monetario Internacional, fui a entrevistar a Washington. Hace horas le veía cabizbajo y envejecido y hace años orgulloso y altivo. Antaño un referente moral y político, hoy el símbolo de la decepción política, al menos para mi generación de periodistas que hemos intentado ejercer el contrapoder de forma honrada.

No sé al resto de mis colegas, pero a mí en pocos meses se me han caído dos iconos, dos políticos a los que respetaba porque les consideraba hombres honorables de esos que engrandecían la cosa pública, independientemente de sus ideologías: Jordi Pujol y Rodrigo Rato.

Pensar que tantas y tantas veces como les he entrevistado- prácticamente a lo largo de toda mi carrera profesional- me han estado mintiendo a la cara me produce una repugnancia y una sensación de nausea, difícil de describir. Les tenía a ambos por personas honestas, inteligentes, buenos estrategas, con cintura política para los momentos difíciles y capaces de limar asperezas pese a las discrepancias.

Y ahora resulta que uno se estaba envolviendo en la bandera para llenarse la cartera y el otro, al que teníamos por el hombre que obraba milagros económicos, lo que hacía era milagros para repartir lo suyo por paraísos fiscales.

Ni siquiera la posibilidad de que en este país, al final, quien la hace acaba por pagarla, sirve de bálsamo reparador para el desasosiego que produce una gran estafa no tanto material como moral. El hombre que en su día dio, al menos en apariencia, la batalla contra el fraude fiscal resulta que estaba construyendo un entramado societario para poner a salvo sus propiedades de la fianza que le impuso el juez Ruz por el caso Bankia.

El hombre que llegó a tener consideración de jefe de Estado y pudo ser presidente del gobierno de España cuesta creer que sea el mismo al que el agente de aduanas baja la cabeza para introducirlo en un coche policial detenido por delito fiscal, blanqueo de capitales o alzamiento de bienes. Cuesta creerlo porque nunca piensas que los dioses al final sean de barro y tan miserables y tan golfos como para tener una doble moral que les lleva a actuar justo al contrario de lo que predican.

Mi amiga Victoria se preguntaba ayer en sus «Preguerías» que le va a pasar a España ante este desfile incesante de sinvergüenzas, que en su día ocuparon las tribunas de los prohombres. «Todos ellos han cometido un delito más grave que los que están castigado en el código penal: la traición a su país y a su historia. Y esa deuda no la podrán saldar jamás porque han dañado profundamente la consideración que los españoles tenían de sí mismos como nacion, Es un delito de lesa patria porque han ofendido a un país entero».

Yo digo Amén y añado que no nos lo merecemos, que nadie se merece tener unos gobernantes que se aprovechan de quienes deben proteger y defender. De ahí la desolación, la decepción, el desgarro y la indignación de la ciudadanía. ¡Basta ya! ¡Corruptos fuera! .

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