Fernando Jauregui

La (ahora) imposible reforma electoral

Escribo desde Badajoz, a donde he acudido a presentar un libro. Antes, almorcé en Mérida con un alto cargo de la Junta que me explicó detalladamente en qué consiste ese ‘plan Monago’ que el presidente extremeño acababa de lanzar a los cuatro vientos esa misma mañana durante un desayuno en el hotel Ritz madrileño: propuso un referéndum en la autonomía acerca de reformas electorales que den el gobierno al candidato más votado, que disminuya algo el número de diputados regionales y que reduzca del cinco al tres por ciento el porcentaje de votos obtenidos necesario para poder entrar en el Parlamento. También me dice mi interlocutor en Mérida que las encuestas dan a Monago como ganador frente al socialista Fernández Vara, pero no por mayoría absoluta: como en tantas otras partes, comenzando por Madrid o Valencia, los ‘populares’ van a necesitar el concurso de Ciudadanos para gobernar. Y, por las críticas que escucho a Monago, o a Alberto Núñez Feijóo en Galicia, dirigidas a la formación de Albert Rivera, me da la impresión de que el PP no está cortejando con demasiado amor a quien tendrá luego que buscar como inevitable compañero de cama.

De ahí, de la necesidad ineludible que tendrán de pactar para lograr gobiernos regionales o locales, y de las dificultades que tendrán para lograrlo, se deriva la insistencia de los portavoces nacionales ‘populares’ a la hora de pedir una reforma electoral para que el presidente autonómico o el alcalde sea el candidato más votado. Claro que, para hacer creíble esta pretensión, el PP tendría que abstenerse en la votación de investidura de Susana Díaz en Andalucía, y hasta el momento lo que el jefe de filas del PP andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla, nos anuncia es que ellos votarán ‘no’ dentro de dos días a esa investidura, colocándose quizá frente a la posición de Ciudadanos, que previsiblemente se abstendrá -mucho dependerá de lo que se negocie en estas cuarenta y ocho horas–, y alineándose, en cambio, con Podemos, que anuncia que también votará en contra. Allá el PP con lo que hace, pero me parece que su estrategia es equivocada.

No sé, supongo que la señora Díaz acabará siendo investida y se evitará la catástrofe de unas nuevas elecciones autonómicas. Pero las contradicciones están ahí, incluyendo tantas ideas luminosas para reformar la normativa electoral española, ciertamente tan deficiente; en Italia, Matteo Renzi ya ha hecho aprobar su propia reforma electoral, en un sentido que no deberían dejar de estudiar los ‘padres de la patria’ españoles. Y en Gran Bretaña, donde en las elecciones de las próximas horas se juegan tantas cosas, también han puesto ya en tela de juicio su propio sistema electoral, que algunos comentaristas españoles poco avisados han puesto en ocasiones como modelo.

Es el caso que los partidos españoles parecen haber visto la urgencia de reformar -ahora que en esta Legislatura ya es imposible: no hay tiempo- esa muy mejorable normativa nacional sobre elecciones. Y cada cual lanza una idea, una ocurrencia, una iniciativa: a veces son varias, y distintas, en un mismo partido. Si hay una cuestión en la que habría de ser necesario un consenso sería, precisamente, en esta, en la de esa reforma electoral, en un sentido más proporcional, más justo para los ‘terceros partidos’ y colocando a las formaciones nacionalistas en el lugar que por lógica les corresponde. Y, de paso, bien podrían limitarse los mandatos presidenciales, desbloquear las candidaturas*

Claro que todo ello requeriría ciertas reformas constitucionales, especialmente en lo referente al papel, circunscripciones y sistema de votación en el Senado, donde urge entrar a fondo a la hora de los cambios. Si realmente hay, hubiese, voluntad de reforma, se habría pasado ya a conversar seriamente sobre ella con voluntad de llegar a acuerdos; ahora, lo que tenemos es un ‘a ver quién tira la piedra más lejos’. Total, como ya no existe en la práctica la posibilidad de ponerse manos a la obra de aquí a que se disuelvan las cámaras, allá por noviembre, pues entonces, por lanzar ideas que no quede. ¡Ocurrencia va!

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