Este 8 de mayo de 2015, escribe David Gistau en ABC una columna titulada ‘A vuelapluma’ en la que arranca diciendo:
Uno de mis interlocutores habituales en los cafelitos parlamentarios me hizo un augurio el otro día que coincide bastante con lo que esboza la encuesta del CIS. Admitió que las grandes mayorías serán liquidadas y que irrumpirán con poderío dos actores nuevos, neutralizando por añadidura, y por primera vez en este ciclo democrático, la capacidad de coacción del nacionalismo catalán.
Añade que:
Que, al final, resulta que la sociedad española tiene unas tragaderas tremendas para la corrupción y que ésta nunca será un factor tan importante como para voltear el sistema. Lo demostraron los resultados andaluces. Lo demostrarán las victorias del PP en aquellas comunidades en las que deja un legado de podredumbre y de personajes que rozan lo gangsteril.
Y concluye que:
La casta corrupta nunca fue una anomalía inmerecida por una sociedad de conducta perfecta. Siempre fue una prolongación de esa misma sociedad, cuyos principios le permiten, cuando discute consigo misma ante la urna, subordinar lo moral a lo ideológico.