Victoria Lafora

Nadie los quiere

El acuerdo de cupos para repartirse los inmigrantes que huyen de las guerras, los islamistas o el hambre, ha resultado un fiasco, otro más, de la Comisión Europea. Al final, Alemania y Francia, o lo que es lo mismo, Merkel y Hollande, llegarán a un apaño para distribuir a los que han conseguido alcanzar las aguas comunitarias y a los demás pararlos, incluso a cañonazos.

España fue de las primeras en alzar la voz de protesta. El ministro Margallo, olvidándose de que estamos en campaña electoral y que la consigna es vender el milagro económico de la recuperación, alegó que con las cifras de paro que padecemos no hay pan para todos. Menos mal que Rajoy estaba al quite y dos días después soltó la frase triunfal de «¿pero quién se acuerda del paro?

Pero, dejando a un lado al PP, el silencio vergonzoso del resto de candidatos a Comunidades y Ayuntamientos da cuenta del poco valor que se da a la solidaridad y el miedo a la pérdida de un solo voto en tan disputados comicios. Bastantes promesas falsas estamos teniendo que hacer a los propios como para cargar con ajenos, pensarán los estrategas de las siglas de la oposición.

Ahora la idea fuerza es «acabar con la mafias» y bombardear, con permiso de la ONU, las barcazas que esperan, en las playas de toda la costa libia, su cargamento humano para huir de los peores males que uno pueda imaginar. Al culpar a las mafias los europeos nos lavamos la conciencia. Ya hemos encontrado un enemigo que nos permite mantener la venda en los ojos y no ver que hay dieciséis millones de desplazados según cálculos internacionales que no van a volver a sus países de origen porque no tienen nada que perder. Que quieren llegar a Europa y, si no es desde Libia, darán el salto desde otra orilla. Miles se quedaran por el camino o en el fondo del Mediterráneo, pero eso no parece importar mucho a estas alturas.

Lo que empezó siendo una cumbre de dirigentes europeos, rotos de dolor ante la tragedia del último naufragio, va a acabar en una misión militar para evitar el coste de las repatriaciones a tierra de nadie. Mientras, Siria se desgarra en una guerra interminable donde el último en llegar, el autodenominado Estado Islámico, está haciendo bueno al torturador Bashar al-Asad.

La costosa diplomacia internacional, llámese UE o llámese ONU, no encuentra la fórmula de mediación ni en Siria, ni en Libia, ni en Irak, ni en Sudan del Sur. Son solo algunos de esos conflictos en los que irresponsablemente hemos participado para dejar luego, abandonados a su suerte, a la población civil. La que ahora llama a nuestras puertas pidiendo asilo y a la que no se quiere acoger.

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