Fernando Jauregui

¿Mi voto? No moleste: estaba reflexionando…

1.-La reforma electoral necesaria.

Son varios los periódicos que esta sábado incluían en sus páginas algo que podría ser muy similar, si es que no lo eran, a encuestas puras y duras. La cosa es discutible, claro, como el propio concepto de ‘encuesta’. Pero lo cierto es que la ‘globalización’ de los medios ha hecho estallar de hecho, ya que no de derecho, una prohibición absurda. Son muchos los países que han cambiado esta normativa, permitiendo la publicación de encuestas -que, para colmo, los partidos hacen y filtran en su beneficio hasta pocas horas antes del término del día de las elecciones_ hasta la víspera de la cita con las urnas. No como aquí y ahora, donde y cuando todos se saltan de una forma u otra las cadenas impuestas por la ley. Y lo comprendo, la verdad: hay momentos en los que las leyes incumplibles, simplemente se orillan. Aunque, desde luego, lo políticamente correcto, y lo que yo hago por tanto, es pedir el cumplimiento de la ley.

Y, ya que estamos, otra incongruencia de la muy peculiar legislación electoral española es precisamente la de la jornada de reflexión. Carece de sentido pedir a la ciudadanía que ‘reflexione’ tras la avalancha de mensajes recibidos desde los partidos. Los ciudadanos son ya muy maduros, reflexionan a todas horas y se corre el peligro de que ocurran cosas como la de este sábado: ¿se puede o no manifestar uno sin que ello suponga pedir el voto para una determinada formación política? ¿No puede uno protestar contra-lo-que-sea en un día como el de este sábado? El caso es que los ‘indignados’ del 15-m, sin el apoyo explícito de la formación Podemos, que nació de este movimiento, pero que luego adquirió su propio y multicolor vuelo, decidieron mantener la convocatoria de su manifestación, teóricamente ‘conmemorativa’ de sus cuatro años de existencia, en la Puerta del Sol. Claro desafío a la normativa electoral, o simple desprecio de la misma.

Quizá estas deberían ser las últimas elecciones en las que esta obsoleta normativa, injusta en su falta de proporcionalidad, esté en vigor. Pero el calendario de tiempos, que ya no permiten grandes movimientos en el Parlamento, indica que también las próximas generales, de noviembre o diciembre (¿o de septiembre, coincidiendo con las catalanas, como creen algunos?), se verán con el corsé de la excesiva, poco equitativa, regulación encima. Luego, en la próxima Legislatura, tal vez nuestros perezosos partidos acuerden una reforma a fondo de la legislación electoral, que buena falta hace desde tiempo ha. Pero, de momento, insisto, las normas están para cumplirse.

2.-¿A quién diablos votar?

Así que, ya que hemos de reflexionar, reflexionemos. La dialéctica en esta campaña, a través de los discursos mitineros que hemos seguido puntualmente, es, sin duda, la siguiente: los que proclaman el cambio, como hizo el PSOE en 1982, frente al partido que dice que hay que consolidar lo hasta ahora logrado en los tres años de mandato de Mariano Rajoy. Quizá este mensaje, que groseramente puede interpretarse como ‘frente al cambio’, haya sido el principal fallo de los estrategas del PP, el que va a hacer que sí, que ganen en muchos lugares donde ya habían ganado, pero con mucho menor número de votos que hace cuatro años, y que pierdan en otros sitios en los que gobernaban, aunque esto ocurrirá presumiblemente en un menor número de casos.

Los demás, tanto el PSOE e IU como los emergentes Podemos y Ciudadanos, han apelado al ‘cambio’, «sensato», como dice Albert Rivera, o más radical, como, a veces, ha proclamado Pablo Iglesias. Lo que ocurrirá a partir del lunes será que comprobaremos si el ‘cambio’, en sentido global, se aliará frente al partido que proclama afianzar lo ya hecho y seguir por el mismo camino (en ningún caso hablaré de inmovilismo), o seguirá cada uno por su lado. Hoy, los indicios en nuestro poder indican que Ciudadanos, aunque el entusiasmo hacia esta opción se haya estancado algo, sigue siendo el árbitro, el juez supremo que puede decidir si, con su abstención en las investiduras respectivas, la lista más votada -es decir, en el mayor número de casos el PP_obtiene o no el poder. Un poder pactado previamente, claro, y, por tanto, más limitado que si se hubiese obtenido con una mayoría absoluta… O si se une a un hipotético ‘frente del rechazo’ al PP. Porque, más allá de lo que decida Albert Rivera, en el caso de Podemos Pablo Iglesias no tiene más que un aliado ‘fuerte’ posible, si así lo busca y si así lo quiere Pedro Sánchez: el PSOE.

Esta es la ventaja de los socialistas sobre el PP. El PSOE también va a tener presumiblemente menos votos que en las últimas municipales y autonómicas -que ya es decir–, pero puede pactar tanto con Ciudadanos, como con Podemos, como, cuando ello sea posible, con Izquierda Unida (o con UPyD, que se va quedando muy a la zaga en la carrera, que ya es virtualmente cuatripartita). O como con los nacionalistas catalanes, con los que el PP está ahora seriamente enfrentado, pero el PSOE tiene aún cierto -cierto- margen de maniobra.

Ante este panorama, ¿a quién votar? Rajoy lo dijo en sus últimos mítines, como si ello fuese una ventaja, en lugar de un inconveniente: solamente el voto al PP garantiza que el sufragio va a una opción concreta y determinada. Lo otro, incluyendo Ciudadanos -de cuyo apoyo, ya se ve, parece estar muy poco seguro_vaya usted a saber en qué parará: seguramente en un respaldo al socialismo. Está Rajoy sugiriendo su soledad: orgullosamente solos, íntegros en nuestro mensaje, inflexibles ante el cambio. Me parece que algo de esto perciben los ciudadanos aún no convencidos de hacia dónde orientar sus preferencias. El del PP es un voto inequívoco, refractario a evoluciones que quién sabe a dónde pueden conducir, con esta gente nueva poblando la iconografía política: estos inventos modernos siempre acaban en desgracia, dicen los más ortodoxos, y pido perdón por lo que puede parecer una caricatura. Pero mucho de esto hay.

Enfrente está Pedro Sánchez, que se juega mucho en unas elecciones que son mucho más que municipales y autonómicas. Con o sin alianzas -y ya ha dicho que, excepto el PP y Bildu (¿?), está abierto a pactos con todos–, necesita que los socialistas gobiernen en algún sitio además de en Andalucía, donde la investidura, o no, de Susana Díaz se ha solapado con la campaña para las elecciones de este domingo después de que, de manera un tanto incomprensible, la lideresa andaluza anticipase sus propias elecciones al pasado 11 de marzo. Le bastaría con un pacto en Madrid, algo así como ‘todos contra Esperanza Aguirre’ (estaría, a mi juicio, casi justificado, por los volatines dados por la aún presidenta del PP madrileño, que han enfadado hasta a los suyos), para mantenerse. O una victoria por la mínima y con alianzas sobre María Dolores de Cospedal en Castilla-La Mancha. O que ocurriese el milagro en Valencia, o en Extremadura (a Sánchez no le basta moralmente, a mi juicio, con mantener la hegemonía socialista en Asturias). O que el número total de votos obtenidos por el PSOE superase ligeramente a los del PP, en el bajón que parece que ambos van a sufrir.

Magro consuelo, leve amarre. Pero la posición estratégica del socialista es mejor que la de Rajoy, porque Sánchez va a la conquista desde lo poco que tenía territorialmente; Rajoy tiene que mantener la fortaleza, desde su estatus actual de presidente del partido con mayor poder territorial en la historia de la democracia.

3.-Llega lo nuevo

Especialistas ha habido en las últimas horas empeñados en subrayar las posibilidades de un ‘vuelco’ espectacular en puntos tan emblemáticos como la ciudad de Madrid, donde la candidata más o menos afín a Podemos (ella niega excesiva proximidad), Manuela Carmena, ha escalado rápidamente peldaños en las preferencias de la calle, lo mismo que en Barcelona ha ocurrido con la activista Ada Colau. Es el combate, en su versión más extrema, entre lo ya conocido y lo por conocer.

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