Hasta que llegó la crisis y el desastre de Zapatero y sus gobiernos de portada de revista

Minorías: «Te vas a enterar de lo que vale mi apoyo»

Reventaron todas las cañerías de las cloacas, el olor se hizo insoportable

Minorías: "Te vas a enterar de lo que vale mi apoyo"
Pablo Iglesias y Albert Rivera. PD

No resulta absolutamente cierto que el bipartidismo «per se» haya traído de la mano la corrupción que se ha instalado en nuestro sistema.

No pocos países en los que alternan siempre dos fuerzas políticas -y tal vez alguna otra minoritaria- han caído necesariamente en la vergüenza que desde hace algunos años vivimos en España.

Si de verdad analizamos las causas con un cierto rigor, habría que poner un énfasis especial que otros aspectos absolutamente trascendentales para sostener en buen estado un sistema democrático como es la independencia de los poderes que la conforman, muy especialmente el judicial, una ley electoral que debió ser revisada a tiempo y unas instituciones fuera de toda sospecha que controlaran la transparencia y con un cierto poder vinculante.

Nada de esto se ha hecho sino que desde los propios dos partidos dominantes se ha intentado laminar cualquier atisbo de intento de profundización de la democracia que es algo más que una forma de gobierno, que es, o debería ser, casi un estilo de entender la vida, de estar en la sociedad y que la propia sociedad genere sus dinámicas para mejorar en lo posible.

La muy desafortunada frase atribuida en 1985 a Alfonso Guerra sobre la muerte de Montesquieu -y desmentida por él mismo por primera vez muchos años después sus memorias- abrió el camino en el que se mimetizaron democracia y partitocracia y los dos grandes, sin otra amenaza que la los nacionalistas siempre dispuestos a negociar apoyos no por el bien de todos sino sólo de los suyos, pervirtieron el sistema y se fueron adueñando de todos los resortes de control que una democracia seria tendría que tener.

Hasta que llegó la crisis y el desastre de Zapatero y sus gobiernos de portada de revista. Entonces reventaron todas las cañerías de las cloacas, el olor se hizo insoportable y el PSOE -le guste o no- creó Podemos y el PP y sus múltiples Bárcenas, trajo de la mano a Ciudadanos.

Ahora está a punto de comenzar la era de los pequeños que ya han empezado a hacer dos cosas que mosquean: la primera recular de algunos de sus principios, esos que les llevaron a convertirse en lo que son, y la segunda a humillar a los grandes con exigencias que no son hoy por hoy necesarias pero que se resumen en una frase: «te vas a enterar de lo que vale mi apoyo».

Y en este panorama en el que casi todo vale, tal vez con el poder obnubilando las cabezas, se dicen las cosas que se dicen y por ahora no se hacen. Verdaderos disparates tales como asegurar desde alcaldías que no se piensan cumplir las leyes que se consideren injustas -o sea cargarse el estado de derecho- hasta proponer excarcelar al 95 por ciento de la población reclusa o apoyar los movimientos okupas. No sé de memoria los poderes de un alcalde aunque me temo que no llegan tan lejos. Pero el problema no es que lo digan y no lo puedan hacer después, el problema es que lo piensan y lo pregonan.

Poner de acuerdo a tres partidos no es fácil y a las pruebas me remito porque poner el famoso cordón sanitario contra un sólo partido -que tampoco parece que funcionó en las épocas de ZP- no es ni suficientes ni realista.

El deseo de exclusión no es positivo porque, una vez excluido el enemigo, hay que gobernar el día a día y ahí empiezan los problemas.

Bienvenidas sean las minorías para regenerar y unir; mal asunto si lo único que les une es lo que no quieren en lugar de lo que sí queremos todos.

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