Esther Esteban

Vacunarse o morir.

Según los datos de UNICEF mas de 1,5 millones de niños mueren cada año a causa de enfermedades que podrían evitarse con una vacuna. Esto ocurre mayoritariamente en los países pobres ,donde conseguir una vacuna es un lujo inalcanzable para la mayoría. Es absurdo negar que las vacunas son uno de los mayores avances de la medicina que evita, gracias a una simple inyección, que tres millones de personas estén destinadas a una muerte segura. Estos argumentos fáciles de entender chocan con una absurda realidad, que se lleva extendiendo por Estados Unidos y ahora también por Europa desde hace algún tiempo, y que ha llevado a muchos padres a no vacunar a sus hijos. Es verdad ,como dicen los expertos, que las vacunas son productos biológicos y aunque en general son muy seguras no dejan de tener un riesgo, como cualquier producto que se introduce en el cuerpo, pero ni tienen más riesgos que ventajas ni mucho menos son el origen de otras enfermedades como erróneamente propaga el movimiento antivacunas.

El debate ha surgido en España después de que un niño de seis años, que no habría sido vacunado por deseo de sus padres, haya contraído la difteria y se encuentre muy grave en un hospital de Cataluña . Hacia 28 años que esta enfermedad no se diagnosticaba en nuestro país, donde cumplir el calendario de vacunaciones es orientativo pero no obligatorio. Vacunar a un hijo es pues decisión de los padres que en algunos casos minoritarios -el 95 por ciento de los menores completa el ciclo de vacunación- no lo hacen bien por convicción, bien por dejadez.

Tal vez por eso, el caso del niño de Olot debería servir como llamada de atención a las autoridades para que vacunar no sea una decisión optativa sino obligatoria y, por lo tanto , sancionable sino

se cumple. Sería necesario cambiar la legislación e imponer la obligatoriedad de vacunación a los menores para evitar que hechos, como el ocurrido estos días, se produzca. De hecho los padres del pequeño que se encuentra ingresado en la UCI del hospital Vall d’Hebron han comentado, apesadumbrados que, de poder dar marcha atrás, habrían vacunado a su hijo, reconociendo así su error.

Ningún padre tiene derecho, sean cuales sean sus convicciones o creencias culturales y religiosas a poner en peligro la vida de su hijo y mucho menos a que otros niños sean contagiados por su negligencia. Esta especie de insumisión ante los avances médicos es una moda absurda que ha nacido en Estados Unidos y se esta propagando desde hace un par de décadas a Europa con argumentos cargados de mentiras y supercherías impropias de países desarrollados . Se han extendido como la pólvora falsos mitos como que la inyección trivalente – contra el sarampión, la rubéola y la paroditis- comporta un mayor riesgo de autismo o que otras graves enfermedades detectadas en niños tienen su origen en una reacción adversa de la vacunación. Lo cierto y verdad es que gracias a las campañas de vacunación masiva se están erradicando en todo el mundo enfermedades como la viruela o la polio y otras como el sarampión

han logrado reducirse a unas tasas muy significativas.

Resulta paradójico que en los países más avanzados surjan movimientos contrarios a la vacunación, cuando hay médicos y ONG que se están jugando la vida en Afganistán , Pakistán y algunas zonas de Africa para vacunar a los niños ante la resistencia de los fundamentalistas religiosos que quieren volver a la Edad Media. Sólo hay que recordar que gracias a las campañas de vacunación se han erradicado o están a punto de hacerlo enfermedades terribles como la viruela, la polio y el sarampión y a estas alturas resulta absurdo que haya gente que se cuestione un avance tan importante para la humanidad. Vacunarse o morir, esa es la cuestión y desde luego los padres no tenemos en nuestras manos la vida ni el destino de nuestros hijos.

¡Vacunación obligatoria ya!

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