Reconozco no figurar demasiado entre los periodistas a los que La Moncloa convoca ocasionalmente para susurrarles lo que, por lo demás, los invitados consideran invariablemente poca cosa informativa. Pero escucho numerosos rumores, bailan los nombres como en una danza maldita, se forjan carreras y se destruyen trayectorias: estamos, en suma, ante el Cambio –¿o será ante el cambio minúsculo?- que Rajoy prepara, aseguran que en intensas consultas con Mariano Rajoy, es decir, consigo mismo. Me dicen que el presidente está tomando nota apresurada -o no– ante la enseñanza de lo que han sido estos veinte días transcurridos desde las elecciones municipales y autonómicas: ahora nos asomamos, sin que el mapa esté del todo cerrado, al abismo de la mudanza. Hay muchos rostros nuevos en los sillones municipales, algunos de ellos difícilmente asumibles por quienes hasta este sábado aún han ostentado un largo poder municipal.
El debate en estos días, vergonzoso en casos como el de Valencia, porque mostró a las claras cuánto importamos los ciudadanos cuando dejamos de ser electores, ha dejado algunas cosas buenas: constatar que Podemos no puede ser un partido de gobierno, pese a algunas falacias que se vierten desde La Moncloa, por ejemplo. O ver que las exigencias del partido de Albert Rivera a la hora de aceptar pactos no cabe duda de que inciden en una profundización de la democracia, aunque a veces hayan caído en la demasía. ¿Considerará ahora Rajoy, fuente de ‘casi’ todo poder en su partido, la conveniencia de hacer primarias, de desbloquear las candidaturas electorales, de crear valladares verdaderamente eficaces para hacer más efectiva esa lucha contra la corrupción, lucha en la que hay que reconocer que ya está embarcado, aunque tímidamente?
Yo creo que Rajoy, en la víspera de esta jornada histórica de la constitución de más de ocho mil ‘nuevos’ (y tan viejos) ayuntamientos, sí ha pensado que ‘qué remedio, habrá que hacer cambios’. Pero le dan pereza, porque, en el fondo, cree que todo va bien, y no oye el crujido de las grietas en las paredes. No se da cuenta de cuánto agradecerían, incluso los suyos –bastantes de los cuales se quedaron en casa a la hora de ir a votar, y no precisamente porque estén enfadados porque no se llevó adelante la ‘ley Gallardón’ de reforma del aborto–, que el presidente introdujera nuevas formas de gobernar, caras más alegres para representar al votante que se siente conservador, pero no tanto, o que se dice de centro derecha, pero bajo otros esquemas de mayor modernidad. Algunos de los rostros y cerebros ‘tradicionales’ en la política del PP puede que no sean muy mayores en edad, pero sí lo son en lo referente a talante y talento. Y aquí no hay que cambiar solamente las marcas de los coches de los alcaldes por otros más baratos, aunque ni siquiera eso se está llevando a cabo; ni siquiera hay necesariamente que indicar la puerta de salida a todo aquel que ha cumplido los cincuenta, como si fuese ya un trasto inútil. Ya digo: hay cambios que no integran ‘el’ Cambio.
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