Victoria Lafora

Los que se van.

Por fin, José Ignacio Wert, ese ministro que no será añorado ni por los suyos, ha impuesto su voluntad, obligando a Rajoy, con nocturnidad y alevosía, a un cambio en el Gobierno. Ya solo falta que obtenga también el premio de un destino dorado en París donde reencontrarse con su actual pareja sentimental.

Posiblemente, la dirección del partido, más que molesta con la frivolidad del ex ministro de Educación y con la imagen de una mini crisis comunicada a la ciudadanía por la noche, frene la pretensión de que se le premie con una embajada en la capital del Sena. Supondría, estas alturas, un escándalo de proporciones descomunales.

Se rumoreó que sería nombrado embajador de la OCDE, pero también se dijo que se harían cambios en el Gobierno y al final se han quedado en nada. Como en nada se ha quedado la nueva política de comunicación del Gobierno. Esa que iba a estar presidida por la mayor proximidad, la mayor presencia del presidente Rajoy y el «volver a la calle». En la primera ocasión, la del cambio en la mesa del Consejo de Ministros que no fue, se cuela a Iñigo Méndez de Vigo por la puerta de atrás y se evita explicar a los ciudadanos el porque de tanta prisa . ¿Cuáles son las poderosas razones que obligan a traerse al secretario de Estado de la UE, uno de los hombres con más experiencia europea, cuando sigue abierta toda la crisis con Grecia, el reparto de los refugiados que nadie quiere y la estrategia contra el terrorismo islamista que el viernes volvió a golpear brutalmente en Francia? Difícil de entender.

Pero no solo en el PP cunde el desánimo por los que se van y vienen. En el Partido Socialista no dan crédito a los viajes de ida y vuelta de los imputados en el escándalo de los ERE. Primero fue Viera quien, tras pensárselo dos veces, decidió que no quería volver a la tutela de la juez Alaya. Luego Chaves y Zarrias que posponen la entrega del acta para estudiar su estrategia de defensa. Y esto se supo coincidiendo con la bucólica presentación del nuevo equipo asesor de Pedro Sánchez en el Museo del Traje de Madrid. Para arruinar la fiesta.

El que no fue a ningún sitio es Pablo Iglesias que se quedo encerrado en un ascensor con Ada Colau en el Ayuntamiento de Barcelona. No le hace falta viajar para organizar el mayor cisma en la izquierda del que se tiene noticia. Cada vez más encantado de haberse conocido, se permite llamar «cenizos» y otras lindezas a los dirigentes de Izquierda Unida que se le arriman. Cuidado con los egos; en política el paraíso puede ser efímero.

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