Antonio Casado

Mas, en vía muerta.

No es fuerza y seguridad lo que traslada precisamente un PP que desliza a puerta cerrada la necesidad de sustituir a Alicia Sánchez Camacho como referente del partido en Cataluña. No resolvería nada porque a estas alturas sólo faltaba que la política catalana del partido en el poder central tuviese como autora intelectual a su actual presidenta en dicha Comunidad Autónoma.

La verdad es que, por mucho que se diga, no es demasiado lo que puede hacer Sánchez Camacho por cambiar el rumbo de las cosas cuando el poder institucional autonómico, personalizado en el president, Artur Mas, plantea un desafío tan insensato, pero también tan absurdo, contra una legalidad que es fuente de ese poder institucional y de los recursos que está utilizando para no declarar la bancarrota presupuestaria.

¿Qué se puede esperar de quien desprecia esa «legalidad» democrática cuando la compara a la «legalidad» franquista, tal y como ha hecho el alter ego de Mas, Frances Homs. Pues está claro: el mismo desprecio que mostraría frente a cualquier otra legalidad, incluida la que hipotéticamente quiere fundar el soberanismo después de la «desconexión», si no conviene a los intereses del bloque segregacionista.

Es una de las esquinas argumentales con las que se podría refutar el delirante discurso del president en la última de sus entregas. La del domingo pasado ante los militantes de CDC (Convergencia Democrática de Cataluña), el partido fundado por Jordi Pujol, que celebraba una Convención para ratificar el acuerdo de «lista única» en las elecciones autonómicas del 27-S. «Plebiscitarias», según han decidido ellos por el artículo 33, que es el de la real gana del presidente de la Generalitat.

Mas dijo que la alternativa a la independencia es la decadencia. Que quienes rechacen esa lista estarán alimentando la decadencia. Y que si no ganan ellos, los de la lista única, el Estado les pasará por encima de «de forma inmisericorde» y Cataluña entrará en vía muerta. El lenguaje delata el pensamiento. Más está retratando así su pánico personal e intransferible a entrar en vía muerta, cuando ya no le quedan más conejos en la chistera. El último ha sido utilizar el recurso a la «lista única» como burladero personal de sus fracasos.

Esa es la moraleja de su intervención de ayer. Marca el comienzo de la campaña para unas elecciones que se dispone a convocar a primeros de agosto. El president se encamina hacia una derrota más de las que han venido jalonando su trayectoria desde que se envolvió en la estelada de acceso a la Cataluña rica y plena del sueño soberanista.

Pero ahora no será una derrota más porque la apuesta se ha doblado. Es lo que hacen los jugadores cuando están al borde de la ruina. Lo malo es que no se va a despeñar solo. Ha embarcado a mucha gente de buena fe en una causa de enfrentamiento civil que divide a los catalanes y empobrece a Cataluña, mientras él sigue viviendo de un discurso plagado de falsedades y promesas de imposible cumplimiento.

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