La Marea de Pérez Henares

Despedida con tormenta

Las dos noches anteriores salí al monte para aguardar la luna llena. No se me escapó y ayer me hizo un guiño apareciendo por detrás de la encina mas copuda y redonda del viso para hacerse admirar mejor desde la costera. La luna siempre ha sido de natural muy coqueto. Ver asomar la luna en soledad y en medio de las sierras es algo que toda persona debe hacer al menos una vez en su vida. Aunque, lo advierto, es adictivo.

Hoy pensaba yo en repetir encuentro pero ya me avisó el horizonte, que se esfumaba primero y luego acaba por borrarse, que lo que se acercaba era otra cosa. Esperé entonces la tormenta y verla avanzar echando su cortina, sus velos en capas, sobre las tierras. Sobre rastrojeras, olivares, altozanos, montes, esparteras, romeros y enebrales hasta estar sobre la cabaña y embestir con violencia contra todo y en especial contra los arboles, agitándolos como si estuvieran poseídos. Pero no llegó el agua sino un nublo de polvo en movimiento como recuerdo de horas previas de calores beduinos. Al fin sí remató el algarazo de lluvia y mi Mowgli, que había aguantado conmigo en el porche la ventolera, la recibió con giros y cabriolas compartiendo mi contento. Sobre nosotros pasó y compartimos esa sensación de indefensión que los animales de superficie sentimos cuando los ruidos subterráneos y telúricos se apoderan de los cielos. El trueno era un retumbar mantenido no tan repentino como en otras ocasiones y los fogonazos de los rayos parecían en esta extenderse en la horizontalidad de las alturas en vez de ese fulminante vertical que tanto nos atemoriza .

Porque aún disfrutándola, la tormenta en mitad de los campos y rodeado de bosque, me causa, como imagino que a todos, ese estremecimiento, hasta el escalofrío, que nos ha metido el miedo por el cuerpo.
Ahora ha pasado, permanece aún un retumbar lejano y alguna luminaria que destella, y ya se ha serenado la tarde en el ocaso, pero persiste en aguantar todavía la lluvia, pero ahora mansa, aunque me apena que ya ella también no tardará en dejar de sonar y oler. Porque por allá de donde ha venido, el horizonte ya esta de nuevo y por entero perfilado.

Las dos lunas y la tormenta me despiden de estos días. Me quedo con los tres, agradecido, para mis recuerdos.

PD. A los cazadores, como yo, les gustará saber que las dos lunas me trajeron emociones. La primera una piara, con dos jabalinas y un tropel de rayones. Solo el haberlos sentido llegar por la leña, en el silencio de la noche, ya hubiera merecido la pena. Poderlos contemplar hasta que la “abuela” me barruntó y pegó el gruñido de alerta, retirada y estampida, fue premio añadido. La segunda trajo un candidato al disparo. Pero un imprevisto con él que ni yo ni el contábamos hizo que yo me sobresaltara y que él, que entraba sin precauciones y derecho al claro, pegara un torníllazo y ya le fuera visto y no visto más el rabo. La casualidad más inaudita le zafó, sin saberlo siquiera, del peligro. Alégrense pues aquellos que están de parte del colmilludo.

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Autor

Antonio Pérez Henares

Ejerce el periodismo desde los 18 años, cuando se incorporó al diario Pueblo. Ha trabajado después en publicaciones como Mundo Obrero, Tiempo, El Globo o medios radiofónicos como la cadena SER. En 1989 entró al equipo directivo del semanario Tribuna, del que fue director entre 1996 y 1999. De 2000 a 2007 coordinó las ediciones especiales del diario La Razón, de donde pasó al grupo Negocio, que dirigió hasta enero de 2012. Tras ello pasó a ocupar el puesto de director de publicaciones de PROMECAL, editora de más de una docena de periódicos autonómicos de Castilla y León y Castilla-La Mancha.

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