En fecha tan señalada como la del 11 de septiembre y ahora que el ex ministro Borrell actualiza en un libro la retahíla de «cuentas y cuentos» aireado1s por el nacionalismo para mantener vivos los consabidos agravios de fabricación casera, viene a pelo mencionar el primero de todos, el fundacional. El que nos remite a la toma de Barcelona por las tropas borbónicas hace 301 años.
Sobre dicho episodio se ha ido construyendo el mito nacionalista de la dominación castellana, primero, y española después. Eso hace aguas por todas partes. Y no hace falta recurrir al origen gallego del defensor de la fortaleza barcelonesa en 1714, Antonio de Villarroel. O al hecho de cambiara de bando sobre la marcha de un enfrentamiento entre españoles. Por un lado, los seguidores de Felipe de Anjou (luego Felipe V, el primero de la dinastía de los borbones). Por otro, los seguidores del archiduque Carlos. Ambos se disputaron la Corona de España en aquella guerra de sucesión (que no de «secesión», esa fue otra menos evocada) con claras implicaciones europeas. Digo que no hace falta recurrir al origen no catalán de Villarroel o al hecho de que el héroe de la defensa de Barcelona hubiera servido tres años antes a la causa borbónica. Solo me limitaré a recordar las frases centrales de su arenga a los barceloneses asediados por las tropas del duque Berwick: «No diga la malicia o la envidia que no somos dignos de ser catalanes e hijos legítimos de nuestros mayores. Por nosotros y por la nación española peleamos». De estas palabras se desprende la naturalidad con la que hablaba del hecho de ser catalanes y españoles quienes estaban defendiendo la causa austracista. Y en cuanto a Rafael de Casanova, una especie de primer ministro de la Generalitat (conseller en cap), que también arengó a los barceloneses en tan dramática ocasión, muy poco tenía de caudillo independentista. En aquella tarde del 11 de septiembre de 1714 también convoca la los «verdaderos hijos de la patria» y «amantes de la libertad» a luchar «por su rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda España». Esta es la figura a la que, en fecha tan señaladas como la del 11 de septiembre, los independentistas rinden homenaje y, si se tercia, miran como algún cachorro de la causa quema una bandera española. Dicho sea todo ello con el mayor de los respetos para los catalanes que sienten y celebran la Diada como su gran fiesta nacional. Pero el respeto no está reñido con el rigor histórico, tantas y tantas veces atropellado por esa atávica tendencia de los hombres a alimentarse de mitos. Y de eso no está libre la historia de Cataluña, como no lo está la de Galicia, la de Andalucía, la del País Vasco o la de esta España de nuestros pecados, cuyas sucesivas reinvenciones nunca acabaron de asumir su fecunda diversidad. Pero esa es, efectivamente, otra historia. Y tal vez toque referirse a ella el próximo 12 de octubre.