Titula Andrés Aberasturi este 28 de octubre de 2015 su columna «Rajoy: palabras y silencios» y vaticina que llega una época nueva a la política española:
- Es cierto que una época de la democracia española se está deshaciendo, pero tampoco creo que sea la primera vez. Cuando entonces, había un PCE fuerte y dirigido con mano de hierro por Carrillo, un PSOE más centrado que renunciaba al marxismo entre polémicas internas, aquel PP de los llamados siete magníficos que venían directamente del franquismo y una UCD que se mantuvo unida mientras tenía el poder y que se autodestruyó porque no era más que una confabulación de familias mal avenidas.
- Y los nacionalistas. Y los versos sueltos. Y un terrorismo sanguinario y un estamento militar siempre amenazante. No fue fácil llegar a donde llegamos, pero con el tiempo y una mirada tal vez más generosa de los líderes de aquellos partidos, España se convirtió en lo más parecido al clásico bipartidismo con los nacionalistas de árbitros interesados.
- Tampoco va a ser fácil ahora porque el bipartidismo se transmutó en una monstruosa maquinaria de poder apoderándose de todas los resortes que tiene la democracia para equilibrarse a sí misma. Y llegaron los escándalos, la corrupción, el aquí vale todo, y todo degeneró hasta que la crisis hizo explosión y la Puerta del Sol se llenó de indignados con causa.
- Hoy, unos años después, el aún presidente Rajoy nos ha pintado un panorama de recuperación gracias a su medidas que no se puede negar pero que no suficiente. Dijo algo cierto: la economía es todo porque todo, desde las pensiones hasta la sanidad o la educación, dependen de la economía.
- Siempre se ha dicho que el debate más importante en las democracias no el del estado de la nación sino la presentación de los presupuestos. Y es verdad. Pero no sólo de cifras vive el hombre. Están también las actitudes, aquel «talante» que tanto le gustaba a Zapatero y que llevó a la ruina a España bajo su mandato.
- El discurso de Rajoy tuvo luces y sombras, como todos, demasiadas palabras y demasiados silencios. Le preguntó un colega sobre sus aciertos y sus errores y se deshizo en la primera parte pero confundió –naturalmente adrede– los «errores» con las decisiones más dolorosas que no tuvo más remedio que tomar.
- No citó la corrupción de su partido, que ha sido el origen de tantos males, pasó por alto las guerras internas en Génova, los errores en Cataluña y Andalucía o su silencio continuado y mantenido cuando este país necesitaba explicaciones y hasta golpes de pecho de su presidente reconociendo los escándalos de su partido.
- De pactos, como era de esperar, no dijo una sola palabra pese a la insistencia de los periodistas y al menos tuvo dos detalles humanos: cuando le preguntaron si pensaba entregar su cabeza para que el PP gobernara con Ciudadanos, aseguró que esperaba seguir con vida muchos años.
- Luego, sobre los posibles debates, se puso a las órdenes de su jefe de campaña «o no». Le salió el gallego.
- Y poco más dio de sí su comparecencia. Insistió en su postura sin cambios sobre los deseos de los soberanistas de Cataluña y se fue por donde vino, quién sabe si para hablar con Arriola. Mala elección, piensan algunos, pero él sabrá.
- El resumen de lo que se avecina es lo que escribía al principio: una época de la reciente Historia de España se está disolviendo y se anuncia algo nuevo con dos dudas fundamentales: si lo que viene va a ser mejor y, sobre todo, si viene para quedarse o volveremos después de esta primera fiebre al bipartidismo transformado.