La política alumbra en ocasiones extrañas parejas de baile. Si la variopinta coalición independentista promovida por Artur Mas consiguió ganar las últimas elecciones catalanas gracias, entre otras cosas, a la actitud inmovilista de Mariano Rajoy en los últimos años, es muy posible que la aceleración y las formas que está adquiriendo el desafío independentista de Junts pel sí y de la CUP ayuden al presidente a mejorar las expectativas electorales de su partido, a la baja en los últimos meses por el desgaste propio y por el ascenso de Ciudadanos. Porque una amenaza grave y evidente suscita empatías hacia el gobierno que tiene que afrontarla y quizás algunos ciudadanos que en otra circunstancia votarían por el cambio reconsideren su voto de aquí al 20 de diciembre.
El «Viva la República catalana» que profirió entre aplausos la nueva presidenta del Parlament de Cataluña y la moción que Junts pel Sí y la CUP han presentado esta semana para dar inicio al proceso de independencia, atendiendo sólo a la legalidad catalana, denotan unas prisas impropias para un proceso de tal envergadura, al margen de una falta de respeto por la ley vigente que no sabemos si sería la norma en una futura República catalana. Y lo hacen en un momento en que el gobierno catalán está en funciones y el Parlamento español con la legislatura acabada. El Parlament tiene en estos momentos una prioridad insoslayable que es investir al nuevo presidente del gobierno catalán. Primero, porque es absurdo promover una nueva forma de Estado cuando aún no has sido capaz de consensuar el apoyo a un presidente. Y segundo, porque de no lograr esa investidura habría que convocar unas nuevas elecciones, el Parlament quedaría amortizado y cualquier iniciativa, ya sea iniciar el proceso de independencia o promover el asfaltado de las carreteras autonómicas, decaería automáticamente. El momento que vivimos es grave. Pero lo más grave es que la política parece que ya no es la solución. Si el pulso continúa, el Gobierno central y el Tribunal Constitucional deberían tomar medidas extraordinarias. Y esas medidas alimentarían a su vez los deseos de independencia de los partidos secesionistas, que elevarían su órdago. Y así hasta el infinito. Quizás parte de la solución radique en que los actuales interlocutores en el conflicto, Artur Mas y Mariano Rajoy, fueran sustituidos por otros actores capaces de reanudar el diálogo hecho añicos. Pero eso tampoco está asegurado.