Julia Navarro

Nos llaman «infieles», abominan de la civilización occidental, de nuestras libertades

Nos llaman "infieles", abominan de la civilización occidental, de nuestras libertades
Julia Navarro. PD

A veces el exceso de palabras conduce a la confusión. Es lo que me sucede desde que la noche del viernes cuando la noticia del atentado en París pareció detener unos segundos la vida para después retomar la noche mostrándonos toda la iniquidad y crueldad perpetrada por los terroristas en la capital francesa.

Hay miedo. Se nota en muchas de las palabras que se dicen. Miedo a decir una palabra de más. Miedo a no ser políticamente correcto. Miedo a los «oídos» que puedan tener en el seno de nuestras sociedades los amigos y los cómplices de quienes no dudan en asesinar a quienes no son como ellos, no rezan de la misma manera, no comparten la misma manera de vivir.

Una de las frases que más hemos escuchado estos días es que esto no es una guerra entre religiones. Y no, no lo es, no es una guerra de religiones.

En realidad es una guerra que han declarado algunos en nombre de «su» religión contra, no ya el resto de las otras religiones, sino de Occidente.

Quienes cometen un atentado al grito de «Alá es grande» están matando en nombre de unas creencias, lo que no significa que todos los que tienen esas creencias, es decir que el resto de los musulmanes sean responsables de quienes cometen atentados.

Cada individuo es responsable de sus actos y entre los musulmanes hay también muchos que comparten nuestros mismos valores.

De manera que nadie debe de intentar culpabilizar a «todos» los musulmanes de lo que hacen «algunos» musulmanes.

En realidad desde hace siglos hay una «guerra civil» en el seno de la familia musulmana, sunitas contra chiítas, chiítas contra sunitas. Por tanto en esa «guerra» parte de los propios musulmanes son las primeras víctimas. Lo estamos viendo en Afganistán e, Iraq, en Libia, en Siria…

Lo vemos todos los días en las imágenes de los refugiados que huyen de estos países hacia Europa en busca de un poco de paz.

Sí, hay que distinguir entre unos y otros pero sin que eso signifique negar una evidencia: los miembros del Estado Islámico, de Al Queda y de tantos otros grupos de fanáticos islamistas hacen lo que hacen en nombre de su religión y de sus creencias. La Red está llena de proclamas de los islamistas fanáticos diciendo que piensan, que quieren y como pretenden conseguirlo.

Nos llaman «infieles», abominan de la civilización occidental, de nuestras libertades, de nuestro modelo de vida. Esa es la realidad.

En España nuestros líderes políticos y muchos de los «gurús» de los medios de comunicación no quieren utilizar la palabra «guerra». En Francia y en el resto de Europa sí califican de «guerra» las acciones que el Estado Islámico, el ISIS, al Queda o como queramos llamarles.

Yo no sé si el calificativo es preciso o no, sí sé que las guerras modernas no se libran solo en frentes de batalla como el siglo pasado, hoy los frentes de batalla son distintos, son las calles, es la RED, se libran de mil maneras. En cualquier caso más allá de las palabras, insisto, los bienpensantes deben de asomarse a las páginas en Internet para enterarse de que aunque ellos no quieran estar en guerra, los otros, los del Isis, los de Al Queda, y tantos otros grupos de islamistas fanáticos, nos han declarado la guerra y la hacen a su manera.

Al filo de las primeras informaciones al parecer algunos de los terroristas que han participado en el atentado de París son franceses, es decir son belgas o franceses de nacionalidad aunque de origen magrebí. Son por tanto franceses de segunda o tercera generación. Se han educado en la escuela pública francesa con los valores de la República. Entonces ¿qué es lo que falla para que estos jóvenes sean capaces de atentar y querer destruir esos valores?.

Quizá la respuesta hay que buscarla en la evidencia del fracaso del multiculturismo. Estos jóvenes se han criado entre dos mundos contrapuestos. Por una parte en la escuela les han educado en los valores del mundo occidental, por otro, en casa, en su entorno más cercano les han inculcado otra manera de ver la vida, otros códigos. Son franceses pero no se sienten franceses. Hace falta algo más que nacer en un lugar para ser de ese lugar. Esa es la cuestión de fondo.

La religión ausente de la escuela francesa sin embargo presente en la vida familiar. De manera que viven a caballo entre dos realidades y se sienten desdeñados por una de ellas. El paro, la falta de perspectivas vitales terminan provocando una crisis de identidad que resuelven de la peor manera. Buscan o encuentran quien les diga a que realidad pertenecen y se aferran a ella. Por tanto hay que reflexionar sobre qué hacer y como hacer para afrontar este problema. Y mientras en Paris, el Primer Ministro Manuel Valls avisa: puede haber más atentados en los próximos días.

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