Las constantes de siempre. Al igual que los terroristas que atentaron en 1993 contra el WTC, dinamitaron las embajadas en Kenia y Tanzania, asesinaron a 202 en Bali, mataron a 3.000 en las Torres Gemelas, volaron los trenes en Madrid el 14-M, los autobuses en Londres el 7-J, perpetraron la carnicería en la sala Bataclan hace nueve días y esclavizan sexualmente cristianas y yazidíes en Siria e Irak, los asesinos de Bamako entraron en el Hotel Radisson gritando «Alá es grande!», se habían radicalizado en una mezquita y sólo leían un libro.
Llevando la misma ‘firma’ que el resto de las bestialidades, la perpetrada este 20 de noviembre en el reseco corazón de África, no requiere el mismo tratamiento.
El terrorismo en Mali y aledaños, reivindicado por facinerosos de Al-Mourabioun afiliados a Al Qaeda, tiene solución militar. Se arregla a bombazos y con una corta e inclemente campaña de busca y exterminio por las arenas del Sahel.
Lo de Europa es mucho más complejo, porque los malvados están dentro, pertenecen a nuestra sociedad, están imbricados en las crecientes comunidades musulmanas locales, se benefician hasta la náusea de sus recovecos legales, viven confundidos con el paisaje y prosperan protegidos por las garantías de un sistema democrático.
Aquí el remedio es esencialmente policial y exige dureza legal con quienes predican el odio o lo practican.
Podemos agarrárnosla con papel de fumar y clamar contra las medidas de control, pero no hay libertad sin seguridad. Son dos caras de la misma moneda y muy probablemente, a empujones, tras otros baños de sangre, todos optemos por seguir el camino que va marcando Francia.
La réplica a ese espanto llamado ‘califato islámico’, cuya erradicación atenuará sin duda la propensión a la barbarie de los yihadistas europeos, tiene que ser bélica, pero sin estupideces.
Los fanáticos del ISIS no controlan Mosul, Raqqa, Ramadi y un territorio como la mitad de España e imponen en él la mutilación, el velo y el horror, sólo porque sean muy fieros. Cuentan con un notable respaldo social y no bastaría su derrota para solventar de forma permanente el problema.
Además de mandar infantería, habría que permanecer allí un cuarto de siglo, protegiendo a maestros, enfermeras, funcionarios y clérigos razonables.
No estamos dispuestos a ese sacrificio y la única opción que resta es la que propone Rusia: aceptar que los enemigos de mis enemigos pueden ser mis amigos, respaldar a criminales como Assad y coordinarse con impresentables como Hezbolá o los iraníes.
Todo con un implacable, despiadado, constante y atronador martilleo aéreo. Si tienen tantas ganas de ir a ver a Alá, no habrá nada de malo en facilitar a los ‘mártires’ el viaje al paraíso.
ALFONSO ROJO