David Gistau habla de la entrevista de Bertín Osborne a Mariano Rajoy y como éste último ha acabado por enganchar a toda la audiencia y dejando claro que no todo lo nuevo tiene porque ser mejor:
Los periodos de transición tienen el inconveniente de que en ellos aparece gente caracterizada por un complejo de superioridad que se arroga la patente pedagógica para educar a los nuevos españoles. La última vez que ocurrió, y entre otros daños colaterales, los españoles nos quedamos sin boxeo. Los detectores de metales en la entrada a la democracia pitaban si alguien intentaba pasar llevando encima esa afición, que le era requisada en los cacheos moralistas del diario «El País». En la Segunda Transición, la del tuteo, pitan los toros, que venían librándose.
Conminados ahora a ser dignos de «lo nuevo», cuyos gurús dan lecciones en ámbitos diversos que van de la política al periodismo, la coacción que circula es aquella según la cual los españoles no pueden fracasar en el empeño de dejar de serlo y mutar todos en socialdemócratas daneses. Es prácticamente una cláusula programática de Ciudadanos para su Segunda Transición, que, no pudiendo consistir ya en iniciarnos como demócratas, se hará para transformarnos en clase media escandinava. La de usted no sé, pero al menos mi hermosa barba vikinga es la adecuada. Así como mi familia numerosa, que de tan rubia parece eugenésica, da hasta miedo entrar en casa porque en el pasillo te van a mirar fijamente unos niños como los de «El pueblo de los malditos».
Dice que:
Los profetas de «lo nuevo» se están riendo de las partidas de dominó de Rajoy, de su abulia de hombre aburrido, corriente y provincial, sin sofisticación alguna. Se están riendo hasta de Bertín Osborne, un personaje nada danés. Confieso que comparto los prejuicios sobre el dominó de Rajoy, porque también soy un urbanita modernete y molón que se ha llegado a creer que el ínfimo espacio endogámico en el que habla de Aaron Sorkin con los amigos modernetes y molones representa a España entera. Y no es así.
Entiende Gistau que:
A lo que se parece España es a la partida de dominó de Rajoy y a la gracia castiza de Bertín Osborne, sin imposturas intelectuales, sin pose. Y la frustración con la que modernetes y molones están despreciando todo eso constituye una advertencia de que la gente es como le da la gana, y no como la quieren los prescriptores de «lo nuevo», y de que hay una España ahí fuera de la que se han desconectado los gurús que iban a fabricar a los nuevos lectores, a los nuevos votantes, a los nuevos españoles. Una España que empieza donde acaba Aaron Sorkin y cuyos habitantes acaso estén hartos de que los regañen y los desprecien sus propios salvadores, a los que encima nunca llamaron. La audiencia de Bertín Osborne. Sigan riendo, sigan disfrutando de su complejo de superioridad, sigan sintiéndose listísimos. Pero hasta yo empiezo a creer que esto se lo lleva Rajoy pretendiéndose un personaje de Garci que oposita en Pontevedra y por las tardes sale con una rebequita a echar la partida bebiendo un dedito de mistela. Ese mundo en el que permanece vigente el usted y en el que «lo nuevo» sólo ha estado porque se le averió el coche y entró a llamar una grúa.
