No soy etólogo ni cristo que lo fundó. Mi piel blanca se distingue de la morena y de la amarilla por el color. Nada más. A simple vista. Y eso que de niño al ver a un negrito dije a mi santa madre: mamá, mira un morito. El morito, mayor que yo, me llamó «hijo de mala madre». Bueno. No se me olvida. Tendría yo cinco años por junto. No sabía distinguir colores y menos sentimientos. Hoy, un porrón de años después, vivo la cruzada musulmana contra los infieles de Alá, que somos los occidentales, oh mi gran amiga Fallaci.
Por la cruz, la santa cruz de nuestros pecados, líbranos, Señor, que nadie me mal interprete. Pero todos debemos ser iguales ante la ley. Les damos cobijo, asilo y un trozo de pan e imponen sus creencias y costumbres. Echan raíces en los países de acogida y, sin embargo, reniegan de la hospitalidad. La fiebre yihadista -a lo que una vida mejor a riesgo de sus vidas. El continente africano alberga 800 millones de seres. Y si por ellos fuera se vendrían en pelotón acuciados por la situación de Siria y el mal llamado estado islámico. Entre la necesidad de vivir mejor y el odio exacerbado de los fundamentalistas, no hay puertas en el campo que los detenga.
Los países europeos hicieron mal la colonización, y mucho peor la descolonización. Dijeron: ahí se quedan ustedes, arréglenselas como puedan, y nos vamos sin enseñarles a cultivar la tierra ni saber aplicar vacunas. Menos mal que, con el tiempo, las oenegés, los voluntarios y los misioneros restañaron las agónicas lasituaciones. Si a eso se suman los inmisericordes oligarcas, tendremos unas naciones famélicas y ansiosas por apaciguar el bandujo. Vienen en tropel, y occidente, ahora, está siendo generoso para con estos seres agónicos, no como Caldera que animaba indiscriminadamente la emigración.
La invasión se acrecienta y pone en guardia a países como Francia, Gran Bretaña, Italia, Bélgica, España… Es el fanatismo. La muerte al infiel que ríase usted de Guantánamo. Del laissez faire, laissez paser vamos a ir a una Europa con fronteras aboliendo el territorio Schengen. Esto no pasa en regímenes totalitarios como Rusia u otros países orientales. Si no llevas los papeles en regla, te ponen de patitas en la calle. Allí no hay miramientos que valgan. Habría que huir de la demagogia y de la retórica, de la perpetuación del sistema en origen y debería desarmarse también a todo aquel que tuviese armas.
Voy a releerme «La negritud», de Luís María Anson.