Víctor Arribas escribe este 5 de diciembre de 2015 una tribuna en El Economista titulada -La segunda posición será decisiva tras las elecciones del 20D- en la que hace un bosquejo de lo que puede suceder a partir del 20 de diciembre de 2015 cuando se cuenten los votos:
Cuando hace cuatro años por estas fechas se adivinaba la victoria del PP en las elecciones, muchos analistas coincidieron en señalar que si Mariano Rajoy acometía las reformas necesarias para salvar a España de la gravísima situación económica difícilmente ganaría los siguientes comicios.
Muchas reformas se han realizado, algunas con resultados importantes, y otras han quedado en el limbo de una legislatura durísima para el partido del gobierno. Pero a dos semanas del decisivo 20-D, el PP sigue siendo el partido con mayor intención de voto entre los españoles encuestados por el Centro de Investigaciones Sociológicas.
Tras subir los impuestos incumpliendo sus promesas, tras recortar prestaciones básicas de la sanidad y meter la tijera también en la educación, tras encontrarse con una hostilidad inusitada en las calles desde el primer trimestre de 2012 donde se convocó incluso una huelga general, tras sufrir en sus propias oficinas varios casos inadmisibles de corrupción política y ser acosado de forma continua por algunos medios de comunicación, Rajoy será el ganador si se cumple el sondeo público. Es la primera consideración importante de la encuesta.
Se pregunta:
Qué ocurrirá en enero, durante las semanas cruciales de conversaciones para una posible investidura, es la segunda gran clave de este partido. Hasta hace pocas semanas había sido determinante la distancia que Rajoy lograra de ventaja frente a Sánchez, porque el apoyo de Rivera al aspirante socialista no habría sido justificable con una diferencia abrumadora de cuarenta escaños para arriba.
Pero el giro que han dado los últimos sondeos, en especial el del CIS, situando a Ciudadanos a punto de arrebatar la segunda posición al PSOE, cambia totalmente el escenario. Si ese sorpasso se consuma, habrá que especular con la posibilidad real de una investidura de Rivera apoyado por el grupo socialista y beneficiado por la abstención en bloque de varios partidos, por improbable que parezca.
En un caso o en el otro, la legislatura que se abrirá paso con un gobierno en minoría será inestable y estará expuesta a una italianización permanente de las sesiones parlamentarias y de la vida pública española, de tal suerte que la nueva política y los nuevos políticos habrán traído a este país, además de un aire fresco en caras y nombres, una ingobernabilidad que desembocaría en frustración, y un adelanto electoral poco más allá del ecuador del mandato. La decisión de los electores con su voto, claramente contraria a cualquier mayoría absoluta, obligará a todos a defender sus principios con cintura y con capacidad de negociar, con una tolerancia hacia las opiniones del adversario que está por demostrar que tengan todos los actores de esta función decisiva.
Descarta otros posibles pactos:
Cualquier otra posible alianza postelectoral se antoja imposible. La gran coalición de los dos partidos tradicionales, por el rechazo que se provocan el uno al otro; la que pudieran propiciar los nacionalistas antaño moderados y fiables, por razones obvias que no hace falta explicar; la de las izquierdas variopintas con mareas y marcas emboscadas incluidas, porque no les saldrían las cuentas.
Con los datos del CIS en la mano, y a la espera de lo que haga el 41% que aún no ha decidido su voto, la batalla está abierta, pero sólo para discernir quien logra la segunda y determinante posición.
