Gabriel Albiac

«Hoy, el político se trocó en actor»

"Hoy, el político se trocó en actor"
Gabriel Albiac. PD

Gabriel Albiac constata que gran parte de los políticos se han echado en manos de la telebasura para rascar apoyos haciendo todo tipo de cosas, desde el bailoteo a rasgar guitarras:

Bibliografía para las dos semanas electorales. 1967: La sociedad del espectáculo. «Toda la vida de las sociedades en las cuales reinan las condiciones modernas de producción se anuncia como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que era directamente vivido se ha alejado en una representación».

Guy Debord, que con esa paráfrasis burlesca de un venerable clásico hiciera arrancar su cáustico libro, se suicidó en 1992. Tal vez le fuera difícil soportar que el mundo real se hubiese empecinado en plagiar su pesadilla. La que él decía saber inexorable, pero que confiaba, tal vez, no llegar a presenciar en vida. El mundo de los hombres, mutado en una representación escénica, acabó por cazarle; la aceleración de los tiempos de pudrimiento ha sido vertiginosa.

Señala que:

Hoy, ese mundo en el cual todo es planificado sainete -y, la mayor parte de las veces, circo- se ha apoderado de cada repliegue de vidas privadas y públicas. Y ha hecho de nosotros hombres sin consistencia real: cascajo redundante y huero. Que cruje, inarmónico, sobre la escena de bulevar barata de todos los días. También sobre el gran decorado de cartón piedra de esas mañanas de domingo que finge la gran liturgia: la quincalla wagneriana que da fanfarria a las liturgias electorales. Nada escapa a esa determinación primera que, dice Quevedo, determina el teatro humano: «No olvides que es comedia nuestra vida / y teatro de farsa el mundo todo / que muda el aparato por instantes / y que todos en él somos farsantes».

La rentabilidad del impacto emotivo sobre la clientela ha impuesto eso que vemos en esta campaña exhibirse, por primera vez, sin timideces. La mercancía debe ser vendida al espectador en el lugar y con el lenguaje más cercanos: los de su televisor. El punto vulnerable del espectador -que es todo cuanto queda del extinto ciudadano-, aquel en el cual deja vagar fantasías cuyo infantilismo le avergonzaría confesar en público, se llama telebasura. A ella van las mayores inversiones en publicidad comercial. A ella deben ir las mayores inversiones en publicidad política. La telebasura vende detergentes. Con eficacia. Venderá, pues, diputados. Con eficacia idéntica. Bailar, rasguear guitarras, cloquear insulsas naderías es condición para que el telespectador identifique en el rostro de su representante el suyo propio. Es la gran coartada del hombre moderno: «Hay alguien aún peor que yo. Puede, pues, representarme».

Finaliza que:

Hubo un tiempo en que Shakespeare cifraba el breve curso de la vida humana en un envite exaltante: «Pisotear cabezas de reyes». Hoy, el político se trocó en actor. Y oficia en la sala de estar de cada uno. Desde la fofa ventana de construir emociones que es el televisor. Hasta hace poco, ese actor oficiaba en programas disfrazados de coartada informativa. Eso no es ya necesario. La eficacia publicitaria es directamente proporcional al entretenimiento. Se acabó el disimulo. El noticiario es un teatro menor. El voto se disputa en las grandes audiencias de la telebasura.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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