José María Carrascal hace un diagnóstico de cómo se encuentra la carrera electoral a menos de dos semanas para el 20 de diciembre de 2015. Cree que la cosa no está nada clara y que todo va a estar en manos de la gran bolsa de indecisos:
Todo el mundo rellena su quiniela del 20D, que si gobernará este, el otro o el de más allá, olvidando que buena parte de los españoles no han decidido aún a quién votar, el 41 por ciento según la encuesta del CIS. ¡Qué barbaridad! Ese porcentaje significaría la mayoría absoluta. ¿No se han decidido o no han querido decirlo? Me huelo que es más lo segundo que lo primero e incluso calculo que los indecisos no pasan del 20 por ciento, que siguen siendo una barbaridad. ¿Por qué? Pues porque los españoles ya no se fían de nadie tras las duchas escocesas que vienen recibiendo. Enterarse de que eran bastante más pobres de lo que Zapatero les había dicho y de que sus dos principales partidos habían manejado el dinero público con desfachatez gansteril -tramas Gürtel y los Ere-, junto con la cura de caballo a la que les sometió Rajoy, desencadenó tal indignación que si hubieran podido meterlos a todos en la cárcel o enviarlos a una isla desierta lo habrían hecho.
Añade que:
Quien se aprovechó de ello fue Pablo Iglesias, que, montado en la ira popular, llegó a superarlos en las encuestas y anunció su «asalto al cielo», que para los marxistas-leninistas, como saben, es la sede del Gobierno. Ese gran curandero que es el tiempo, junto con la capacidad de adaptarnos a todo que tenemos los humanos y los primeros indicios de recuperación, ha ido moderando la ira ciudadana, aunque el mayor factor ha sido la aparición de otra oferta de cambio, mucho más amable, la de Albert Rivera, que le ha robado la cartera y los votos a Iglesias antes de que se diera cuenta y hoy es objeto de deseo y odio simultáneo de los demás partidos, pues parece que será quien decida el próximo presidente, si no lo es él.
Subraya que:
Todo va a depender de lo que se imponga en este sprint final de la campaña: la furia contra los dos grades partidos o el miedo a los emergentes. En una democracia asentada la cosa estaría decidida: Rajoy, domeñando la crisis y quitando la espoleta al problema catalán, tendría asegurada la reelección. Pero con su forma distante de gobernar se ganó la enemiga de un amplio sector del electorado, incluidos bastantes del PP. Pedro Sánchez, sin embargo, no ha hecho méritos para ganarse la confianza del gran público. Lo único que ha hecho es atacar a Rajoy.
Sus planes económicos, territoriales y sociales son pura palabrería. No mucho más son los de Iglesias y Rivera, aunque los del primero amenazan el entero sistema que nos rige, lo que produce escalofríos. Rivera, no, Rivera genera simpatías incluso a ambos lados del espectro ideológico. Su problema viene precisamente de ahí: quien le vote no sabe qué y a quién vota, algo inquietante. Y no digamos nada si se unen los tres, Sánchez, Rivera e Iglesias, para desbancar a Rajoy, la última opción que suena. Eso convertiría La Moncloa en la casa de Roque o como te llames. Todo dependerá de cómo se despierten los españoles el 20-D: ¿con ganas de ajustar cuentas con Rajoy o con miedo de que su sucesor, o sucesores, lo hagan añorar? Ustedes tienen la palabra.