Victoria Lafora

A votar.

Hoy es una jornada festiva por democrática. Hoy decidimos nosotros, los ciudadanos. Sin miedo, sin presiones, por derecho. No hay que echar por obligación a los que siempre han estado ni temer a los que llegan. No hay especies políticas protegidas ni mutantes peligrosos. Salga lo que salga de la decisión soberana de las urnas, los elegidos, esos a los que hemos visto corretear estos días por las calles pero que los próximos cuatro años no se pondrán al teléfono, van a tener que entenderse.

Pinta un panorama plural con una bancada parlamentaria multicolor, y eso es bueno. Es bueno porque el exceso de poder, es decir, las mayorías absolutas, alejan al gobernante de los problemas reales de la gente, excitan la soberbia, facilitan las corruptelas y crean leyes solo para los «suyos».

El primer atisbo de las bondades del pluralismo en las instituciones se ha vivido tras la autonómicas y municipales de mayo. La asamblea de Madrid, por poner un ejemplo, acostumbrada al ordeno y mando, negocia ahora y aprueba unos presupuestos pactados entre todos y donde predominan las medidas sociales. Lo mismo ocurre en el Ayuntamiento de Madrid o en el Parlamento de Andalucía. Se ha acabado el «porque yo lo valgo» y eso supone una mejora democrática sustancial.

Puede que incluso los próximos cuatro años nos libremos del «y tú mas» que tanto hartazgo ha creado en la calle. Del coloco a mi yerno, a una sobrina, al cuñado de mi mujer o al amigo del alma, porque habrá una fuerza política en sede parlamentaria que lo denuncie. O que lo lleve a fiscalía, como hizo una fuerza política con el caso Bankia.

El poder siempre tiende a extralimitarse y extenderse. Por eso los controles son tan imprescindibles como los radares para los automovilistas. Resulta paradójico que en una sociedad tan controlada, sobre todo tras la aprobación de la reciente ley de orden público, el poder político haya suplantado a tantas instituciones del estado que le servían como contrapeso y vigilancia.

Sería absolutamente necesario que, en la próxima reforma constitucional, si es que se llega a un consenso, se devolviera al Constitucional, al Supremo, al Tribunal de Cuentas, etc. etc., el prestigio y la eficacia secuestradas.

Esta legislatura va a ser la que teja un vestido nuevo al estado de Derecho, la que ventile las instituciones, la que pinte de nuevo las paredes del edificio democrático en el que vivimos todos. Por eso hay que ir a votar, aunque sea en blanco.

Si al final no se llegan a pactos, si nadie resulta con los votos suficientes para ser investido presidente, ellos serán los únicos responsables de tener que volver a las urnas y recibirán su castigo. Un día, cada cuatro años tenemos el poder. Y ese día es hoy.

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