Juan A. Cordero Alonso

Artur Mas, una sonrisa sin más

Artur Mas, una sonrisa sin más
Juan Antonio Cordeo Alonso. PD

«Alicia en el país de las maravillas» es el libro mas famoso de Lewis Carroll, pseudónimo de Charles Lutwidge Dodgson. Tiene más de 150 años, pero como las grandes obras, siempre tiene frescura.

En él, la lógica hilarante, la ambigüedad semánica, la contradicción conceptual de los diálogos de sus personajes, llegan a crear situaciones divertidas e inteligentes que hacen las delicias de sus lectores.
Estos, muchos de ellos también fans, no se ponen de acuerdo en el personaje favorito, pero sin duda el Gato de Cheshire es un firme candidato al mejor personaje de los que maneja Lewis Carroll.

El Gato de Cheshire es un animal ficticio de la cultura tradicional inglesa muy anterior a 1865, año de la publicación de Alicia, que el libro ha logrado popularizar, sobre todo, fuera de la Inglaterra Victoriana del Siglo XIX.

Se sabe que, como mínimo, el Gato de Cheshire lleva riéndose desde el Siglo XVIII. Desde entonces, la expresión «el Gato de Cheshire» o «reir como el Gato de Cheshire» han sido usadas coloquialmente.

Nuestro Gato como personaje favorito de la obra de Carroll tiene dos características que lo hacen singular. La primera, como ya hemos comentado, su sonrisa permanente e inalterable. La segunda, la virtud de aparecer o desaparecer gradualmente hasta no quedar de él nada más que su amplia, socarrona y pícara sonrisa.

Esta virtud, aparecer o desaparecer gradualmente, da lugar a una interesante reflexión de Alicia:

¡Y a ver si dejas de andar apareciendo y desapareciendo tan de golpe! ¡Me da mareo! (dijo Alicia refiriéndose al Gato)

-De acuerdo -dijo el Gato.

Y esta vez desapareció despacito, con mucha suavidad, empezando por la punta de la cola y terminando por la sonrisa, que permaneció un rato allí, cuando el resto del Gato ya había desaparecido.

-¡Vaya! -se dijo Alicia-. He visto muchísimas veces un gato sin sonrisa, ¡pero una sonrisa sin gato! ¡Es la cosa más rara que he visto en toda mi vida!

La reflexión de Alicia ha dado pie a diferentes textos interpretativos, algunos de los cuales apuntan a que Carroll puede estar cuestionando la relación jerárquica de los conceptos de sustancia (Gato) y accidente (sonrisa). Lo que en Aristóteles era la forma privilegiada del ser (Sustancia), para Carroll pasa a segundo plano cuando la sustancia (el Gato) desaparece y queda solo el accidente (la sonrisa)… si bien el tema no está resuelto… ya que Alicia dice que una sonrisa sin gato es una cosa rara. Como un adjetivo sin nombre, digo yo.

Vimos una sutil sonrisa mandibular, en el Camp Nou, en un momento difícil, en que no la hubiera mantenido ni nuestro Gato. Bien es cierto que el primero no está a la altura del segundo ni intelectual ni moralmente y por tanto no se pueden comparar ambas racionalidades.

Aquella fue una sonrisa vacía, una sonrisa sin gato. No había nada más que sonrisa y gesto, en ese prototipo de jefe de planta de cualquier gran almacén de ropa prêt-à-porter, de no haber trabajado para una honorable familia.
No había ni una pizca de Moisés, ni de Gandi, ni de Thomas Jefferson…, en el gato catalán, así, con minúsculas. No había ni pizca de seny, ni de dignidad, ni de inteligencia ni de grandeza… y estos nobles conceptos fueron suplidos por el timonel con mentiras, coacciones, compra de voluntades, manipulación mediática y trapicheo.

La ilegalidad y falta de respeto a las normas, y a los ciudadanos, fue llamado astucia y tras las votaciones del 27S se acentuó la maratón de despropósitos, el chapoteo en el lodazal, primero genuflexo, pero aún altivo, después arrastrándose y reptando por el fango, ya cabizbajo, y por último, ninguneado, menospreciado y humillado. Simplemente patético.

No había nada detrás de esa sonrisa del Nou Camp y de otras. No había nada de más. No había nada más.
El dos de Enero de 2016 alguien había comenzado a desaparecer, despacito, con mucha suavidad, empezando por la punta de la cola y terminando por la sonrisa… que permaneció un rato allí, cuando el resto ya había desaparecido…

Como el Gato de Cheshire.

Juan A. Cordero Alonso

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