Santiago López Castillo

Escalda de la necedad

Escalda de la necedad
Santiago López Castillo. PD

Visto lo visto, y lo que nos queda por ver, estos desaforados, energúmenos, oportunistas han tenido la valentía de tirar por tierra los usos y costumbres de una nación, que por muy a la deriva que vaya siempre hay una tabla de salvación para asirse. Se han ciscado en la Navidad, en sus belenes, sólo atemperados por el vaho de un buey y una mula, para entronizar junto a los magos de Oriente a la mujer barbuda. Esto, en una fugaz pincelada de los signos externos; en el interior, el de las almas que llevamos dentro de nuestro espíritu religioso, es decir, el cristianismo, estandarte de Occidente, se han batido todas las aberraciones habidas y por haber bajo el silencio de la Iglesia y demás creyentes que no buscan la confrontación sino la confraternidad.

Ahora se entienden aquellas provocaciones patrias en que los agnósticos, ateos y demás familias componían escenas blasfemas donde Jesús copulaba con su madre María sin que pasara nada. De aquellos polvos, sin ironía, vinieron estos lodos. Es lo que titulo como la escalada de la necedad. En este saco de necios figuran, entre otras prendas, la tal Ada Colau, Manuela Carmona, el Chiquilicuatre de Cádiz, el pollo de Valencia y la Biblia en verso en versión republicana, qué obsesos.

Necio, según la RAE, es un ser ignorante pero no exento de razón. También los tontos saben que son tontos aunque no lo reconocen del todo no vaya a ser que se crean inteligentes. Lo dramático es que la escalada de la necedad no se detiene. Le hacen la ola, aplauden con las orejas. Se suman a estos seres indolentes sin oficio ni beneficio, los parásitos, los pobres de espíritu, ojalá, y los bobos medios y enteros que meten mucha bulla y se pavonean por el progresismo imperante pese a tener algo menos que dos dedos de frente.

Esta ralea, con mucho respeto, debe ser corrida a palos democráticamente, que es lo que dicen los autoritarios, y demolida hasta que no quede ni rastro. Pero igual que estos parias sin vergüenza se ciscan en todos nosotros, los que aplauden sus gracietas también deben ser pasados a cuchillo por lo menos en un sentido metafórico. En el entierro del ajusticiado Del Vecchio -destacado personaje de una serie de siniestros-, el coro de lacedemonios cantó el «Aplauso a la muerte» de Sibelius con muy buena entonación e incluso cierto desparpajo. Al infanticida Del Vecchio le hicieron una angioplastia para que no le diera ningún nuevo infarto de miocardio; la operación fue un éxito y, una vez restablecido, pudo ser ahorcado. Pido la pena máxima para estos alborotadores que han atentado contra la cruel la inocencia de millones de niños.

PD.- Me gustaría que estos desaprensivos la emprendieran alguna vez contra el Islam.

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