Puigdemont ni tendrá independencia ni salvará Cataluña
Pascual Tamburri nació en Pamplona y vive Navarra. Es licenciado en Filosofía y Letras, en Ciencias Políticas y en Derecho, doctor en Historia Medieval y profesor de Instituto. Ha investigado y publicado más de dos décadas y sigue creyendo que hay futuro para España y sus campos.
Y este 12 de enero de 2016 publica en EsDiario una columna que hará saltar chispas en Cataluña y aclara muchas cosas a los incautos de otras regiones de España:
- Con Carlos Puigdemont al separatismo catalán le ha llegado la prueba del nueve, el momento de demostrar que ha superado tantas contradicciones. No, no me refiero a la difícil conjunción entre la burguesía derechista de Convergencia y la no menos burguesía pero izquierdista de Esquerra.
- Ni a la aún más difícil convivencia entre la izquierda de Esquerra y la extrema izquierda de Podemos. Ni a la teóricamente fácil, leninista o ácrata, entre Podemos y las diversas facciones de la CUP. El independentismo da mucho de sí. Pero la demostración de su cohesión y sinceridad vendrá por otro camino: el de la inmigración extraeuropea.
- Durante más de un siglo, se ha pregonado el «hecho diferencial» catalán; partiendo de una realidad cultural evidente, se ha creado una identidad colectiva nacionalista falsificada y se ha pretendido reivindicar una independencia sobre la base de que Cataluña era una nación y España no.
- La consecuencia lógica era afirmar que la identidad catalana no podía convivir en el Estado nacional español y que necesitaba otro marco, propio y autosuficiente, que garantizase su ‘etnia’, sus tradiciones, su lengua, su folklore y todo aquello que hacía a aquella región «diferente».
- Hasta hoy, el nacionalismo catalán tiende a ese fin, que es coherente con su trayectoria.
- Desde 2001, sin embargo, distinguidos nacionalistas catalanes están haciendo la prueba del nueve de su matemática divisoria. Marta Ferrusola primero y Heribert Barrera después afirmaron que la inmigración africana y asiática pone en peligro la identidad cultural y religiosa de Cataluña, y que, en medio de todo, los charnegos inmigrantes eran bastante más asimilables que la oleada islámica que es tan evidente en las ciudades catalanas.
- Pero la extrema izquierda ha impuesto por su parte la idea de que «quien quiera ser catalán, que sea catalán», es más, bienvenido sea con su religión y su cultura siempre que se afirme catalán y aprenda la lengua.
- Al margen de la opinión que merezca la inmigración actual, es evidente que el nacionalismo catalán está ante una disyuntiva histórica. Cataluña y el País Vasco, incluso aceptando lo inaceptable (que sean naciones distintas de la española), tienen con España y con el resto de los españoles vínculos milenarios de naturaleza antropológica, cultural y religiosa.
- En el peor de los casos, un castellano o un gallego tienen con un ampurdanés muchas más cosas en común que un rifeño, un pakistaní, un senegalés o un bubi. Y sucede algo más, que tanto el venerable señor Barrera como la señora de Jordi Pujol reconocieron antes que este Puigdemont multicultural-pero-anti-español, discípulo de Artur Mas, heredero del corrupto Jordi Pujol: Cataluña fuera de España carece de envergadura demográfica y política para dar una respuesta propia a un problema trascendental como éste. Pero Carles Puigdemont, protagonista ahora, no lo ha reconocido.
- Esta es la prueba del nueve de los separatismos españoles: incluso sin renunciar a ninguno de sus presupuestos, resulta que sólo en el seno de España pueden preservarse y florecer los rasgos esenciales de lo catalán, y de lo vasco.
- Sólo como españoles, y eventualmente como europeos, pueden darse respuestas modernas, eficaces y atrevidas a las grandes cuestiones de 2016. Por amor a Cataluña, por amor al País Vasco, tal vez sea el momento de infundir a toda España el mismo amor por la identidad común, que bien podría eclipsarse en el curso de esta generación.
- Si por el contrario, más por odio a España que por amor a lo catalán, alguien persiste en cerriles separatismos decimonónicos, sabremos algo con certeza: no sólo son enemigos de la nación española, sino también de Cataluña. Y el Gobierno del Partido Popular tendría que haber actuado en consecuencia, hace mucho, sin necesidad de llegar por intereses de partido al borde del abismo.
- Puigdemont, Mas y Pujol no son ciegos. Los enemigos de España en Cataluña saben sin duda que junto a las Ramblas funciona la populosa mezquita «Tariq ben Ziyad». Todos los padres de la Patria, o de las patrias, deberían tener bien presente el nombre de este musulmán, el caudillo de la expedición que desembarcó en 711, dando nombre a Gibraltar y ocupando ocho siglos dolorosos España entera.
- ¿Creen de verdad que con darles una senyera y unas clases de catalán artificial los convierten en aliados de un proceso en el que lo esencial ya no es construir Cataluña sino destruir España aunque sea destruyendo también Cataluña?