Santiago López Castillo

Enrique de la Mata, mi amigo

Enrique de la Mata, mi amigo
Santiago López Castillo. PD

No voy a colgarme, como condecoración, la medalla de que fue mi gran amigo y entonar aquello de que cuando un amigo se va… Son esos seres que por su condición humana se te adhieren a la piel y no se separan jamás. Nos conocimos con motivo de mis entrevistas políticas en el periódico liberal «Nuevo Diario», del Opus, bueno y qué, y que luego recogí en mi libro «40 en juego». Éramos tan amigos que cuando yo llevaba el programa «En siete días», de TVE, le propuse un reportaje humano, desmitificador de lo que venían siendo los ministros del régimen, ahora que él había sido nombrado titular de Sindicatos por Adolfo Suárez. Así se hizo. En mangas de camisa, con su familia, en su chalé de Somosaguas y su Atlético de Madrid. No obstante, en la noche del sábado al domingo, día de la emisión, de la Mata no las tenía todas consigo y a primera hora de la mañana, y para no levantar alarmas, se presentó con su «seiscientos» en las dependencias de Prado del Rey. Vio el reportaje, asintiendo, porque un amigo no engaña, y consideró su emisión.

El lunes, el crítico de televisión Enrique del Corral, «Viriato», resaltaba el reportaje humano que le había hecho a de la Mata en las páginas de ABC. A partir de entonces, el registrador de la propiedad acrecentaba su amistad con este periodista. Eran frecuentes nuestros encuentros tanto como titular de relaciones sindicales como desde su puesto de presidente de Cruz Roja llegando, finalmente, a máximo dirigente de Cruz Roja Internacional y de la Media Luna, sorprendiéndole la muerte paseando por las calles de Roma en 1987. A través de mi intermediación, Rosa Mª Mateo sería nombrada jefa de prensa de la benéfica institución.

La amistad y confianza que teníamos hizo que en ocasiones me llamara a primeras horas de la noche:
– Le paso al señor ministro…
– ¿Qué estás haciendo, Santiago?
– Estoy follando, Enrique.

Le consulté a la chica con quien yogaba y me dijo que me fuera a cenar con él.

Estuvimos en Lucio, parada y fonda de famosos. Allí me hacía sus cuitas y tomábamos pulso al país. Pero esta caterva de munícipes de Madrid, analfabetos de la Logse, esa herramienta unicelular resentida por perder la guerra, refusila, permítase el palabro, a Calvo-Sotelo, Pasionaria señala y un guardia de asalto aprieta el gatillo. Y, a lo que voy, a Enrique de la Mata Gorostizaga lo defenestran porque fue del Consejo Nacional del Movimiento, punto pelota. Ese es el motivo de quitarle un monolito en la glorieta de Rubén Darío sin tener en cuenta sus servicios durante la transición. Terulense, asimismo diputado, Teruel existe. Y yo no le olvido.

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