Laureano Benítez Grande-Caballero

Las cracias de Españilandia

La vida política española está impregnada por la estupidez, que va camino de convertirse en una auténtica «marca España», corruptora de la democracia

Las cracias de Españilandia
Laureano Benitez Grande-Caballero. PD

Cada país tiene sus «marcas», sus rasgos distintivos en los que se encarna la idiosincrasia de sus habitantes, su historia, sus costumbres y tradiciones, sus principios y valores. Algunas de estas «marcas» reciben el nombre de «leyendas», a las cuales se suele colorear simbólicamente para expresar su naturaleza negativa o positiva, generalmente calificada así según los intereses y conveniencias de otros países.

Aparte de la «leyenda negra», otro de los componentes negativos de la «marca España» en la historia fue la llamada «gripe española», que se desarrolló entre 1918 y 1920, a la cual se considera la pandemia más devastadora de la historia, pues infectó a un tercio de la población mundial, causando una mortalidad entre 3% y el 6%: de 50 a 100 millones de víctimas.

Lo más curioso es que España no tuvo ninguna responsabilidad en el desencadenamiento de la tremenda crisis, ya que ésta se originó, al parecer, en Estados Unidos.

Si se le adjetivó como «española», es porque en España se le prestó una mayor atención en la prensa que en el resto de Europa, ya que nuestro país no se involucró en la guerra, y por tanto no censuró la información sobre la pandemia.

Sin embargo, España está siendo actualmente el epicentro de una pandemia en la que sí tenemos plenamente un verdadero copyright, pues hemos creado un virus letal que infecta a la vida política de tal manera, que amenaza por ejecutar extrañas mutaciones en lo que el mundo hasta ahora conocido como «democracia».

Este germen maligno ataca despiadadamente al sufijo griego «cracia», que significa «gobierno». Antiguamente, solamente con ponerlo al final de una palabra, parecía que ésta quedaba incensada por una bendición griega que la divinizaba en el Olimpo donde se entroniza a los héroes y dioses políticos bienhechores de la humanidad.

Sin embargo, los extraños fenómenos tipo «Expediente X» que están ocurriendo en nuestro país últimamente a consecuencia de la basura política que nos invade han hecho que España haya pervertido ad naúseam el aire clásico del sufijo, hasta el punto de que lo ha convertido en un auténtico vertedero donde se colmatan todo tipo de aberraciones y mamarrachadas, hasta el punto de que muchas de ellas ya pueden presumir de tener la «marca España».

Este fenómeno era de prever que ocurriría en un país que se ha convertido desde hace unos años en un verdadero parque temático repleto de atracciones alucinógenas, donde ha adquirido un protagonismo ya planetario una impresionante concentración mundial de cretinos única en la historia, que ha desembocado en la creación de una «memocracia» única e irrepetible, donde los tontos se cagan a lo Willy en lo que les viene en gana, rompen constituciones en el Congreso, silban himnos y queman banderas patrias, dicen que la hispanidad es un genocidio, apoyan la pederastia moral y mental con la que la «titiricracia» quiere adoctrinar a nuestros pequeños para que se sumen desde ya a su revolución contra el sistema, tuitean sus nazimensajes llenos de guillotinas y horcas, utilizan la mamandurria a sus bebés en el Congreso para dar la nota y copar el protagonismo de las cámaras, y un largo etcétera.

Y, como también hemos inventado nuevas especies políticas -hecho que nos convierte en Patrimonio Mundial de la «biocracia»-, somos asimismo los inventores de la «zoocracia».

Si tenemos en cuenta, además, que del tonto al payaso no hay más que una línea delgada, pues también hemos dado a luz una «circocracia», donde bufones de todo pelaje protagonizan sus continuas chorradas ante una población ovejuna que les ríe las gracias y encima les vota.

Al haber convertido a la aristocracia en «casta», también podemos hablar de «castocracia», término que convierte a los príncipes en sapos fangueros, que ya no tienen «glamour», pues son unos repelentes señoritos.
De todas maneras, aunque nos esforcemos en corromper el sufijo «cracia», éste nos sigue quedando todavía muy grande en las actuales circunstancias psicodélicas que vive España, ya que implica un cierto orden y gobierno, cosa que ahora tenemos en un limbo indescifrable.

Yo propondría sustituirlo por el sufijo «landia», que significa «territorio», «país». Además, pegaría mucho con una de nuestras más geniales creaciones culturales: el «landismo».

Era pura caspa, de acuerdo, pero yo lo prefiero al «cracismo» de ahora, donde medra la castuza maleducada y agresiva, macarra y chabacana, demagoga y hortera, de una aplastante estulticia en la que los miembros de esta banda juegan a ver quién dice o hace la mayor payasada para provocar y hacerse los más listos de la clase.

Incluso podría hablarse de que, por aquello de que tendremos un Ministerio de las Plurinacionalidades que acabará por gripar definitivamente nuestra «cracia», España es el «país de las Españas. En definitiva, el virus de la estupidez nos acabará convirtiendo en «Españilandia», engendro de la cepa viral «Frankestein», pues será creado con la incorporación de autonomías independizadas por obra y gracia de la corriente eléctrica de la estupidez.

O sea que esta nueva gripe española muta el sufijo «cracia» en «landia», y delante de éste se puede poner cualquier cosa, a excepción de Disneylandia, pues aquí se diría eso de «Gora Disney», y el castillito tan hermoso se convertiría en mansión del horror por el vudú de los titiritontos.

Un término muy ingenioso sería el de «cracilandia», que vendría a significar algo así como «país de las cracias» -por cierto, «crazy» significa «loco» en ingles, lo cual también nos vendría al pelo-, creadas a tutiplén, como quien fabricas chorizos, a cual más aberrante y pinturera, con las que se podría hacer un verdadero museo, o un diccionario completo: «chavecracia», «irancracia», «castrocracia», «bolivacracia», «telecracia», «cibercracia», «tuitcracia», «rastacracia», «sisepuede racia», «mamocracia», y así hasta el infinito.
¿Por qué tenemos tantos tontos en nuestro país? ¿Por qué justo a nosotros nos tocó ser nosotros?

¿Acaso alguien nos echó un maligno conjuro para destruirnos, por pura manía persecutoria? ¿Es que se trata de nuestra karma nacional, que hemos merecido por vete a saber qué conducta de nuestro pasado pues, como dice la frase «cada pueblo tiene las «cracias» que se merece? ¿Es que somos el país de la mala suerte? Buen tema para otro artículo, sin duda.

Y estemos atentos, pues ya se anuncian en un horizonte salvaje términos como «Pablicracia», «Pablilandismo», «Podecracia»… Esperemos que nuestra patria recobre el pulso y la sensatez, y ante esa amenaza diga: «No: cracias».

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