Laureano Benítez Grande-Caballero

No es país para viejos (ni para niños)

La invasión de radicalidad podemita ha hecho de España un país irrespirable para muchos españoles, que se sienten amenazados por los antisistema

No es país para viejos (ni para niños)
Laureano Benitez Grande-Caballero. PD

Pues la película de hoy se llama «No es país para viejos». Hay otra que también nos vendría de perlas: «No es país para niños», pero todavía no se ha rodado, aunque están en ello Celia Mayer y Montserrat Galcerán. Según mis informaciones, su rodaje tendrá lugar en Tetuán en fecha próxima.

Como «Cruella de Vil» ya se ha quedado desfasada y no asusta a nadie, su principal protagonista será Pablo Bardem, alias «Chigurth», tunelador de sueños infantiles, reventador de cerraduras, experto en descerrajar los candados de la Constitución y la Transición con sus bombonas de butano.

Ni para viejos, ni para niños… ¿Para quién es, entonces, este país? Como diría Pablo Chigurth: «Ah, pero… ¿Aún tenéis un país?»

No es país para viejos, para españoles de pro instruidos en valores tales como respeto, disciplina, honor, honestidad, esfuerzo, educación, moralidad… valores viejos que no son ya para este país, arrasado por una estampida de búfalos salvajes que embisten en feroz algarabía lo más granado de nuestro patrimonio, lo más genuino de nuestra cultura y nuestras tradiciones.

Sólo nos han dejado los pasodobles en las terrazas de Benidorm, y no sabemos por cuánto tiempo, puesto que el pasodoble tiene aromas taurinos y patrióticos que el Chigurth Iglesias eliminará de nuestra Constitución.

No es país para niños, acosados por los «hombres de la saca», hijos de Moneydero, el profeta de la buchaca, y por ogros que los devoran acechando en las sombras de las kabalgatas y los centros culturales, con sus ejércitos de títeres siniestramente manejados por el «Chucky», Chigurth de los infantes, sicario de la «Galcerán de Vil».

Niños que, cuando sean adolescentes, serán instruidos en la progresía de los lubricantes anales, que les serán regalados por instancias educativas del lado oscuro; niños que serán reventados por la banda del Chucky Iglesias cuando meta en la Constitución el aborto libre: con la mitad de población que Alemania, tenemos bastantes más abortos. En fin, ahí tenemos a Pablo Herodes para defender los «derechos humanos.

No es país para católicos, amenazados por cremás a la española, por una jauría de «madresnuestras» que los amenazan revoloteando en cielos góticos como bandadas de cuervos demoníacos, como vampiras locas por sus yugulares, excavando tumbas para buscar zombies franquistas que quedaran irredentos, organizando festivales sangrientos donde ríen como hienas que se dispintinan con sus blasfemias, mientras Pablo Chigurth bate palmas y alza su puño hacia el cielo crepuscular.

No es país para derechosos, cuya sangre azulada olfatean lobunamente podemitas tuiteros que les lanzan sus vudús malignos desde las redes sociales, en una orgía de horcas, guillotinas y hogueras, de ceniceros portátiles marca «Carmena», abuelota obsesionada por las colillas de Auschwitz, patio donde al Chigurth Heyglesias le encantaría encerrar a los señoritos derechones, a los pijos encorbatados, a los nacionalcatólicos, a los jueces y fiscales que no juraran fidelidad eterna a los principios del Movimiento Bolivariano Nacional, a los periodistas cuyas cerraduras resistieran los embates de su bombona tuneladora.

No es país para «los de arriba», para los ricos que poseen las empresas que dan trabajo a «la gente», y por eso hay que perseguirlos con gestapos y sogas, con haciendas y tasas, con matones puñoenalto que les amenazan con noches de bancos rotos, con soluciones finales de humaredas y linchamientos a granel, mientras el reventador Heyglesias butronea sus cámaras acorazadas con su tropa de chorizos cantando internacionales y salsas venezolanas.

No es país para España: ni para su bandera rojigualda, desgarrada por la cornamenta de los búfalos cafres que galopan impunes por nuestras calles; ni para nuestro himno, mancillado por una Justicia nauseabunda que afirma que silbarlo es un ejercicio de «libertad de expresión»; ni para nuestra Historia, acusada de genocida por aquellos que hacen del carnicero Lenin su profeta. Somos el único país del mundo para el que amar las enseñas patrias es sinónimo de ser fascista.

No es país para españoles, perseguidos por los espías del inframundo podemita, acobardados ante las mareas y los gorilas secesionistas, refugiados en las terrazas mientras ven pasar los cadáveres de patriotas en una siniestra cabalgata que los borra del callejero.

No es país para mí. Ya lo dicen en la película «No es país para viejos»:

-Si no vuelvo, dile a mi Patria que la quiero.
-Tu Patria está muerta.
-Entonces se lo diré yo.

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