Cristina Seguí

Ni súbditos ni vasallos. Somos ciudadanos

Ni súbditos ni vasallos. Somos ciudadanos
Cristina Seguí. PD

Critina Seguí, ex musa de VOX, se presenta así en Twitter: la agencia de comunicación política @tribudigitales. Defensora de mis ideas en #ELCSEGUÍ de ABC. Conduzco un Mini rojo. [email protected].

Y escribía el pasado 29 de febrero de 2016 en ‘ABC’ que el el pacto entre PSOE y Ciudadanos es uno de los últimos sainetes que ha cantado Rivera antes de irse al rincón de la socialdemocracia en el papel de Adolfo Suárez:

  • El gobierno del cambio de Sánchez era otra mentira. La amenaza involutiva del socialismo que pretendía derribarnos como democracia europea del siglo XXI no venía únicamente de la mano de Pablo Iglesias.
  • Venía también auspiciada por este relevo de Ferraz a pesar de su fragilidad, de su carisma en precario y de su falta de escrúpulos, capaz de entregarnos a radicales, nacionalistas y colectivistas autolegitimados para dar al play de la España que los padres socialistas tuvieron que dejar aplazada en la guerra civil y casa Labra.
  • Y mientras, Albert Rivera, despistado, seguía diciéndose Suárez o Renzi. Pedro ya tenía bosquejado su modelo de Estado, el mismo que rezaba la Internacional a principios del siglo XIX y su programa a principios del XX. El mismo que ha tendido una trampa a Rivera: «El PSOE reconoce y alienta a las diversas nacionalidades y propugna su pleno desarrollo en el marco de un Estado federal en virtud del cual todos los pueblos del Estado podrán crear sus propias instituciones.»
  • Albert no tendrá ya la excusa del novato bienintencionado. Del hombre de Estado que no se avivó diligentemente ante ese proyecto de Estado clientelar, asimétrico y desigual que Sánchez emprendió ante sus ojos en las pasadas elecciones autonómicas y municipales, porque se lo ha firmado Ese mismo proyecto en el que «la dote» de los respectivos barones socialistas, reducidos a la nada electoral, fue entregada a los nacionalistas oriundos de cada Comunidad Autónoma con el único fin de compensar entre las paredes de sus despachos el rechazo social que evidenciaba el pírrico resultado obtenido en las urnas.
  • De paso Sánchez doblegaba así la legitimidad moral de jerarcas socialistas como Ximo Puig en Valencia o Francina Armengol en Baleares, ambos maniatados además por el franquiciado podemita, previniendo así el amotinamiento detractor de los que podrían reclamarle su entrada en Moncloa gracias a semejante dislate. Además, los neutralizaba ante los inminentes cónclaves extraordinarios de Ferraz.
  • El último de ellos, y parafraseando al propio Rivera en actitud y aptitud de afrenta al bipartidismo PP/PSOE, ha tenido como objetivo «salvar al soldado Sánchez» del órgano ejecutivo del PSOE. Una consulta interna a ciento noventa y siete mil afiliados con carnet socialista con una pregunta sobre el pacto con Ciudadanos en el que la formación naranja ni siquiera figuraba y que no llegó a recabar ni el 70% de «SÍ» entre el 51% de los que votaron.
  • La militancia no contaba. El «no pacto» fue anterior al juicio asamblearista y ya se había rubricado tras un largo ménage á trois, en el que al PSOE y a Ciudadanos tan sólo les separaba una puerta del orwelliano Pablo Iglesias.
  • El pacto, desde mi punto de vista, es uno de los últimos sainetes que ha cantado Rivera antes de irse al rincón de la socialdemocracia en el papel de Adolfo Suárez. Y quizás el último que cante ante la voluptuosidad liberal de su electorado y proveniente de un Partido Popular convenientemente lacerado por la corrupción. Rivera se percibe ya como la inconsistencia de la contradicción.
  • Esa misma que negaba con vehemencia apoyar a Sánchez ante Iglesias. Esa misma que le llevó de subcampeón a quedar cuarto en las generales con cuarenta escaños tras sentenciar a Rajoy en El País con fecha veintitrés de noviembre: «No voy a apoyar a Rajoy».
  • Esa misma contradicción del paladín de los hombres y mujeres iguales que acaba de firmar un contrato con el PSOE que no vale para otra cosa que para enseñarles que su modelo territorial es que les lleva a no serlo.
  • Renuncia Rivera a la despolitización de la justicia sin la cual de nada sirve el final del aforamiento. Concede a las cúpulas corruptas de UGT y CC OO, que han robado más de cuatro mil millones de euros a los parados en Andalucía, el beneficio de seguir decidiendo nuestras condiciones de trabajo.Y concede la excepción fiscal a los cupos vasco y navarro en su melifluo mundo de igualdad ciudadana al que César Luena ha puesto en jaque tras negar la desaparición de las diputaciones, algo que jamás consentirá poner en tela de juicio Susana Díaz.
  • Especial decepción ha provocado en las Comunidades Autónomas gobernadas por nacionalistas al concederles la discrecionalidad de fijar el número de horas lectivas en cada lengua.A esto, en Cataluña, el señor Rivera lo llamaba inmersión. En la Comunidad Valenciana, arrodillada ante el clientelismo pancatalanista, el señor Rivera lo llama consenso y sentido de Estado. No en vano aquí Ciudadanos se ha despeñado hasta la cuarta fuerza.
  • Reconoce además los hechos diferenciales entre españoles y asigna responsabilidades en materia de política exterior a las Comunidades Autónomas. Imagino que el señor Puigdemont, a estas alturas, se habrá puesto un poster de Rivera en la pared más grande de su habitación.
  • Rivera, en definitiva, prosigue con la estrategia de clientelización que tan lucrativa ha resultado al separatismo y tan cara ha salido a la ciudadanía. Un modelo de financiación que favorece más partidas imprevistas en un modelo abonado por la desigualdad territorialRecuerden aquel eslogan en los actos de campaña cuando a Rivera todavía le temblaba la voz de la emoción y los actos para decepcionados sacudían ilusiones y confianza: «Ni súbditos ni vasallos, somos ciudadanos». Nosotros tampoco señor Rivera. Nosotros tampoco.

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