Javier de Lucas

La Historia y los mimbres

La Historia y los mimbres
Javier de Lucas. PD

«Los dioses no estaban ya, y Cristo no estaba todavía, y de Cicerón a Marco Aurelio hubo momento único en que el hombre estuvo solo».

Esta frase encontrada por Marguerite Yourcenar en una carta de Flaubert nos induce a pensar las razones históricas que la sustentan.

Aunque el lapso referido supuso más de dos siglos, y si bien Marco Aurelio fue el último de los llamados «cinco emperadores buenos», tal como sugirió Maquiavelo, éstos gobernaron en la segunda mitad de dicho periodo; no obstante, se toma a Marco Aurelio como referente desde cuya perspectiva estoica deberíamos reflexionar sobre lo acontecido en la última centuria antes de Cristo
Fue aquel fin de milenio una etapa convulsa de la Historia; en la que el ser humano mostró una vez más su cara perversa, la codicia, la obsesión deshonrosa de poder, las intrigantes políticas internas, la política exterior, el reparto de territorios, la consecución inicua del poder… Los intereses personales de los triunviratos…

Cuando nos detenemos un momento a observar la Historia, resulta inquietante comprobar la frecuencia y la similitud con que se repiten los acontecimientos. Que sí, que es cierto, que la Historia está llena de luces y sombras, y también es un espejo en el que debemos mirarnos. Sin embargo, no parece que nos importe mucho acicalarnos un poco para renovar el aspecto ante generaciones venideras. Porque da la casualidad de que lo que más se repite, y además se supera, es la parte umbrosa, es la insidia, el deshonor, el embeleco…

Convendría que los políticos se afeitaran cada mañana con un poco de compasión, con la sana intención de entender y com-padecer con la sociedad civil lo que nos angustia ante espectáculos deplorables con los que desayunamos cada día. Es tal la inseguridad y el desasosiego al que nos llevan, que acaba por imponerse un escepticismo que poco a poco termina convirtiéndose en una nada desoladora, en un nihilismo pasivo y sin retorno.

Pero los triunviros no consiguen tejer el tan traído y llevado cesto (¡qué manía con el cesto…, qué pretenderán llevar en él!) para conseguir un gobierno coherente con el único objetivo del servicio al Estado y a la ciudadanía. Pero sospecho que no todos los mimbres son de Salix fragilis o de Salix babylonica, creo que alguien pretenderá colar algunos juncos.

La Historia está llena de «avisos» sobre lo que debe y no debe hacerse. No es por barrer para casa; pero, sólo dos ejemplos (sugerencias para los políticos): Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal (Hegel) e Historia como sistema (Ortega).

El segundo nos queda más cerca, y, por lo tanto, parece que podría entenderse mejor; aunque no necesariamente tiene que ser así, porque el pensar la realidad siempre es un acto sincrónico, simultáneo; el cual, en el aspecto que nos ocupa, carece de localización espaciotemporal.

Desgraciadamente siempre es lo mismo.
La soledad del hombre, según la frase de Flaubert, es perfectamente inteligible en la idea de creencia de Ortega. Ésta, y hablo de creencia laica, se soporta en la confianza, en la seguridad; es decir, en las creencias que nacen de las ideas que pensamos sobre lo que nos rodea y afecta, garantizando protección y amparo.

Cuando lo que nos rodea y afecta nos sume en la más absoluta de las decepciones, desconfianza e inseguridad, no es posible creer en nada, nos invade la soledad y el aislamiento; estas son las mejores circunstancias para la inactividad. Y sin actividad no hay progreso ni evolución. Por el contrario, la creencia materializada se convierte en praxis, en una actividad física, ya sea como acción social más o menos acertada, en función de la cual se van resolviendo las necesidades que la sociedad demanda.

Es evidente que la Historia se ha escrito a fuerza de sangre y fuego, eliminando al bárbaro (al otro), con el afán de mantener lo propio y conquistando lo ajeno. La razón que mueve esta locura no es más que la codicia por la riqueza y la dominación.

Esto que suena tan mal y tan pesimista, es la realidad histórica aún sin superar en la actualidad. Y todo argumento con la intención de convencernos de lo contrario, es pura demagogia y optimismo sin consistencia alguna. En Cándido o el optimismo, de Voltaire, cuando Cacambo, criado de Cándido, le pregunta: Mi señor, ¿qué es realmente optimismo? ¡Ay, amigo! -respondió Cándido optimismo es la manía de sostener, cuando todo va mal, que todo va bien.

Leibniz reafirma por boca de Pangloss, tutor de Cándido, que este es el mejor mundo de los posibles. Todo sucede para bien.

Así las cosas, no es posible entender ni asumir que este abominable mundo sea el mejor de los posibles. Los hechos despojan de razón a Leibniz. Basta con echar un vistazo a la Historia con sentido analítico, para quedarnos petrificados ante la evidencia de cómo el ser humano sigue demoliendo todo aquello que le incomoda y le contraría.
Llevamos más de seis mil años de Historia y no hemos sido capaces de superar las diferencias en el pensar; de construir una convivencia cimentada en el entendimiento, cuya finalidad sea el bien común, la eliminación de la corrupción y la violencia. La Historia nos exige, por su propia condición de necesidad, consenso y disposición para la avenencia, el desarrollo y la paz social. Todo lo demás será retroceder una y mil veces al primitivismo prehistórico.

Se hace patente, pues, la soledad del hombre; y también un reiterado momento de incertidumbre provocado por la obtusa reyerta de un puñado de chalanes que aspiran a posibles gobernantes aureolados de artificio. Toda esperanza se ha frustrado de nuevo. Pero no importa, la frivolidad que no cese. Que tampoco cese el clamor de la insidia. ¡Que más da!

Lo malo es que en este entretanto nadie ordena largar velas y trabar el timón para que la nave no zozobre…
¡Señor, sálvanos, que perecemos!

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