Santiago González

Algo debe de pasarles a los nacionalistas con la Pascua

Algo debe de pasarles a los nacionalistas con la Pascua
Santiago González. PD

Con mucho humor, comenta este 28 d emarzo de 2016 Santiago Gónzález en su columna de ‘El Mundo’ que algo debe de pasarles a los nacionalistas con la Pascua. Pone como primer ejemplo a los irlandeses y su Levantamiento de Pascua y cita a los vascos, que se agarraron al domingo de Pascua de 1882, fecha en la que Sabino Arana, el fundador, se cayó del guindo:

En vísperas del Aberri Eguna de hace dos años, el lehendakari Urkullu explicaba su visión de la fiesta: «Aspiro a que algún día podamos celebrarlo (…) todos, quienes somos nacionalistas vascos y quienes no se sienten así, pero entienden que este pueblo tiene una identidad propia» (El Correo, 20 de abril de 2014).

Tal vez el lehendakari era muy joven cuando entonces, pero ese día ya se produjo. Fue el primer Aberri Eguna del postfranquismo, celebrado en 1978 con manifestaciones unitarias en las capitales vascas, la más multitudinaria de las cuales -100.000 manifestantes, calculó la prensa-, se celebró en Bilbao. Allí desfilamos, juntos pero no revueltos, el PNV y el PSOE, el PCE, el PSP, ESEI, el Partido Carlista, con ESB, ANV y otras menudencias que acabaron subsumidas por la izquierda abertzale.

Lástima que el nacionalismo, además de su monstruosa sinécdoque, padezca el horror a los consensos. De ahí que aquel mismo año estableció el Alderdi Eguna, Día del Partido, para celebrar una fiesta propia el último domingo de septiembre y sustituir la capital por las campas.

No se ha vuelto a celebrar un Aberri Eguna unitario, ni siquiera de los nacionalistas. En 1979, la recién creada Herri Batasuna lo celebró en Pamplona, mientras el PNV reunía a sus fieles en Bilbao, en los últimos años en la Plaza Nueva y los partidos no nacionalistas abandonaron la fiesta.

El Aberri Eguna ha perdido unanimidad y multitudes por el camino, aunque este año el adanismo de Posemos se ha sumado a la fiesta con el candor párvulo del par que forman Alba y Maura. También ha perdido gracia. No es que Ardanza e Ibarretxe fueran la alegría de la huerta comparados con Urkullu, pero Arzalluz lo compensaba con su punto sabrosón e imprevisible.

Ortuzar hace lo que puede pero no llega. Explicó que el PNV acoge con alegría que, desde el mundo no abertzale se festeje el Aberri Eguna, aunque le parece «difícil que pueda haber personas que tengan dos naciones». Esto explica el disgusto que se llevó un ejemplar jeltzale al enterarse de que su hijo era comunista, o sea, español, y su reproche: «¿Cómo quieres que una luz/ alumbre dos aposentos?/ ¿Cómo quieres que yo sea/ vasco y español a un tiempo?».

El lehendakari, que hace unos meses definió a Euskadi como «nación foral», explicó ayer el fundamento conceptual: la Confederación de Estados Vascos, reivindicados por el PNV en Lausana hace cien años. Contrariamente a lo que parece desprenderse de las palabras de Ortuzar, Urkullu reivindicó un «nacionalismo cooperativo, colaborativo, inclusivo, en un marco complejo de soberanías superpuestas».

Me parece que esto tienen que trabajarlo un poco más. ¿Podemos tener dos soberanías superpuestas pero no dos naciones? ¿En qué quedamos?

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