Ignacio Camacho habla sobre la decisión de César Alierta de dejar la presidencia de Telefónica y de paso le sirve para recordar que de los pocos de su edad que aspiran a relevarse a sí mismos en un cargo está Mariano Rajoy, que insiste en permanecer en la poltrona de la Moncloa resistiendo todo relevo generacional:
A efectos de historicidad, el siglo XXI comienza en la vida pública española con la abdicación de Juan Carlos I. El relevo en la Corona fue el arranque de un proceso de saltos generacionales en la clase dirigente que han ido sustituyendo -también por razones biológicas- a una nomenclatura política, financiera y empresarial proveniente de la centuria anterior y en gran medida protagonista del último gran ciclo expansivo que finalizó en la crisis de 2008. Entre sucesiones controladas y decesos, en dos años han desaparecido de la primera línea figuras de enorme influencia en las últimas décadas, y ese ciclo de remplazo perfila la idea de una nueva transición con mucha mayor fuerza que las tímidas reformas legales. Una España que renueva sus estructuras a través de un cambio de guardia en sus élites.
Señala que:
El retiro de César Alierta es el penúltimo de estos episodios jubilares. El presidente de Telefónica ha sido un factor clave en las decisiones de poder del período reciente, capaz de proyectar su influyente sombra tanto en el plano económico como en el mediático… y en el político. Acostumbrado a una interlocución directa con las cúpulas ejecutivas, tropezó con el carácter gélido e impermeable de un Rajoy hermético, y tal vez por eso haya aprovechado el interregno de provisionalidad en el Gobierno para orquestar su sucesión sin interferencias ni presiones. El mal momento personal que atraviesa desde su reciente viudez no le ha hecho perder el instinto para manejar los tiempos; deja al frente de la primera multinacional española a un heredero de su propia elección que no le debe el puesto a la mano larga de una política siempre proclive a la tentación del intervencionismo. Telefónica es hace tiempo una corporación independiente, pero el que crea que en ciertas esferas no existen injerencias está desinformado o es un ingenuo. Y Alierta tiene demasiada experiencia para ser cualquiera de las dos cosas.
Y finaliza asegurando que:
Su marcha alivia de años a un Íbex de tendencia gerontocrática y por su alta relevancia de opinión pública envía a la sociedad un mensaje inequívoco: nuevas personas para nuevos tiempos. Los grandes transatlánticos de la economía española han renovado el puente de mando y modernizado sus cuadros directivos. Ya no viven ni Botín ni Isidoro Álvarez; Amancio Ortega ha delegado su peso funcional y hasta la simbólica Casa de Alba adquiere sin Cayetana un rumbo distinto. En la política domina un viento adolescente, casi adanista, de liderazgos tan recientes que avientan sospechas de prematuros. Del Trono abajo, la España analógica es un dominó de fichas que se derrumban sobre un tapete de cierta impaciencia colectiva. Sólo Rajoy resiste este impulso sociológico de transformación, amarrado al mástil de su estilo impávido, superviviente de una generación en tránsito, empeñado en el improbable desafío de sucederse a sí mismo.