Santiago López Castillo

El escondite inglés

El escondite inglés
Santiago López Castillo. PD

Son como niños. Esto del pactismo me recuerda al juego del escondite inglés, un, dos, tres. Han escogido las columnas del Congreso y sus pasos perdidos para adivinar dónde se encuentra cada cual. De niños todos hemos sido genios en nuestra inocencia pero después, cuando nos creemos la leche, incurrimos en la estulticia o en la gilipollez. Dejémoslo en necedad, incompetencia o mediocridad. Pedro y Pablo, ninguno es santo de mi devoción, sólo figuran en el santoral y son agnósticos, se han erigido en seres iluminados, se llenan la boca con el santo y seña de «democracia». Ambos son aficionados a la escenografía; el socialista, más dado a la pasarela, pues no en balde se le ubica en la planta de caballeros de El Corte Inglés, y el coleta, siempre está a la que salta en la tres, responda otra vez, la cuatro, la quinta, la sexta y no la de Merimée.

Si pájaros así van a regir nuestros destinos, oiga, yo me bajo en la próxima estación. El mundo gira en torno a este iluminado apellidado Sánchez, que se cree la hostia. Decía Pietro Aretino que la ambición es el estiércol de la gloria, y la gloria, se mire por donde se mire, siempre es efímera. Gobernarán no sé si gobernarán pero se cimbrean más que las jaras en cumbres borrascosas. Escenifican libretas, la de Aznar era azul, de hule, la de estos lidercillos es color caca de la vaca, se intercambian regalos como novios mocosos, y piden que sus cuadros (inteligencia o intelectualidad, en paradero desconocido) se reúnan en mesas de trabajo con pátina de holganza, vengan fotos y cámaras, cual propaganda marxista que ya quisiera Goebbels divulgar.

Y así hasta marear la perdiz, porque Pedro y Pablo son cazadores de poder, juego de tronos, serie de moda, a que tan aficionados son los comunistas y socialistas. Los que han protagonizado las más amargas páginas de la historia contemporánea pero que quieren borrar con gomas de miga de pan. En medio está el tal Rivera, al que este cronista llama el Niño de la Bola, porque no sé sabe si es por meter trolas o porque resulta ser el venerado infante de Pedro Antonio de Alarcón. La sacrosanta voluntad no conjuga bien con eso que llaman los cursis de la política el postureo.

Mientras tanto, el pueblo -la demagógica forma de llamar a la ciudadanía- bosteza, se aburre de hastío. Sus oídos están taponados por cerilla a la izquierda. Rajoy, el culpable de todos los males, ganador de las elecciones, perdedor según Sánchez, líder de los derrotados, el que cosechó el mayor fracaso del PSOE en unas generales, va arañando votos y cotas de responsabilidad de cara a unas elecciones, mal menor de esta España a la deriva.

Ya lo dijo alguien: el éxito y la felicidad son deportes diferentes y cada uno condiciona sus propios compromisos.

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