Javier de Lucas

Entre la espera y la incertidumbre

Entre la espera y la incertidumbre
Javier de Lucas. PD

Han pasado nueve siglos aproximadamente, desde que Hesíodo nos deleitara en «Trabajos y días» y en «Teogonía» sobre la náyade Lete, encarnando en ella la idea del olvido, y posteriormente el lugar, concretamente el río Leteo, de cuyas aguas debían beber las almas antes de reencarnarse, según narra Virgilio en la «Eneida».

Lete era hija de Eris, Discordia para los latinos, y tenía como contraria a Harmonía, Concordia en la mitología romana.

Hesíodo distingue dos diosas diferentes llamadas Eris. Como consecuencia, por tanto, no había un único tipo de Discordia.

Había dos en todo el mundo. Una de ellas era elogiada por los hombres cuando se la conocía, puesto que significaba la pugna sana que hacía posible la superación frente al próximo como referente. La otra, odiada y despreciada, inducía a la guerra y a los enfrentamientos malvados.

Las cosas no sólo no van bien, sino que van cada día peor. La razón es por todos conocida: el enfrentamiento sistemático y sin posibilidad ni de que amaine ni se ceda por ninguna de las partes.

Cada uno encuentra justificación para mantener el tipo a costa de lo que sea, sin pararse a pensar que los ciudadanos, que son quienes dicen importarles tantísimo, están ya más que hartos de una situación que ha excedido hace tiempo lo soportable.

Y el caso es que parece que no pasa nada, pero es tan evidente la mentira y el engaño; es de tal dimensión la ingratitud hacia el electorado, que en la mente de cualquiera habita ya la idea de que estos políticos que nos pretenden gobernar no se encuentran en un estado razonablemente apto, desde el punto de vista psicosomático como para enfrentarse a la responsabilidad de dirigir una nación.

Uno piensa que, si al igual que en cualquier empresa importante disponen de asesores y departamentos de recursos humanos que vigilan la idoneidad de quienes la gestionan, por qué no arbitra el Estado un medio para controlar la capacidad mental de quienes dirigen el futuro de todo un país.

Mentir es algo que ofende la dignidad del mentido; pero negar la evidencia es algo que lesiona la inteligencia y la sensibilidad de cualquier persona que ha depositado el voto a favor de los que nos engañan.

Porque, lo vemos a diario en los medios de comunicación que repiten hasta la saciedad los videos y los audios de tan solo unas semanas atrás en los que se negaban unos a otros, tratando de presentarse ante los ciudadanos como candidatos fuertes y firmes en sus convicciones.

Hemos pasado de eso al todo es posible con tal de gobernar, que lo que se dijo hace unas semanas a todas luces, sólo es pura imaginación y figuraciones de locos que todo lo ven y lo interpretan al contrario de cómo se ha dicho y se ha planteado.

Ahora, todo es sólo discordia; aquella discordia despreciada y despreciable como lo era según nos ilustraba Hesíodo hace más de nueve siglos.

La armonía parece que se ha erradicado por parecer sinónimo de debilidad…

Son incapaces de beber las aguas del Leteo para olvidar miserias y odios restañados hace muchas décadas y consensuado el olvido y la concordia, salvo despreciables excepciones, por la inmensa mayoría de partidos cuya idiosincrasia resulta que ahora ha mutado hacia la radicalidad y la descalificación; hasta el extremo de ser capaces de confesar abierta y públicamente que el único objetivo es la eliminación del escenario político y hasta del mapa nacional a un partido de derechas.

Parece que el eje del mundo, la hegemonía universal, sólo es posible por un partido que aglutine toda la izquierda, sea de la etiología que sea. ¡Viva la democracia!

Esta situación destruye nuestra paz social y nuestro sistema económico de presente y de futuro. Nadie está ya tranquilo.

¡Quién puede estarlo ante tanta incertidumbre! Porque, no es la espera lo que mata, sino la incertidumbre.
Todo ello sazonado por la corrupción, y sin la esperanza de que algún día se detenga.

Los responsables de la mala gestión que ha dado lugar a tanto facineroso, lejos de entonar el mea culpa en unos y otros partidos, se enfrentan entre sí como si por ese simple hecho fueran a quedar exculpados o libres de sospecha los que han administrado los caudales públicos de forma tan inepta, relajada e interesada que en ninguna empresa normal hubieran durado ni un solo día.

Aquí nadie es culpable; todos son victimas de la envidia y de persecuciones obsesivas por parte de este mundo que es tan poco flexible y tolerante para con sus «errores».

El panorama es desolador, angustioso, preocupante, ruinoso, indigno, sórdido, degradante, vergonzoso y vergonzante ante el mundo entero… Alguien quizá se atreva a decir que exagero o que dramatizo; que, no es para tanto.

Ése, seguro, tiene bien asegurado su porvenir; y ése, a la vista de lo visto, sólo puede ser un político.
El déficit público es como para no poder dormir. Y no es de ahora, ya se ha instalado en nuestra economía como si el problema no fuera con nosotros. Pero lo más grave es que seguimos haciendo caso omiso a las indicaciones de la Unión Europea y de los expertos mundiales sobre la inviabilidad de nuestro sistema autonómico.

Seguimos aumentando el gasto público, y ese también es un desiderátum para algunos partidos aspirantes a gobernar; a los que les debe parecer insuficiente el número de funcionarios, y que haya diecisiete parlamentos, diecisiete ministros de cada cartera, infinidad de ayuntamientos segregados, deficitarios a priori y con unas deudas inasumibles, etc., etc., etc.

Y saben perfectamente que esto es así. La macroeconomía es la suma de las microeconomías. Si una familia gasta más de lo que ingresa se verá abocada a la miseria.

Ah, por cierto: Una mujer ha sido despedida por coger de un Centro Municipal de Acogida ciento cincuenta gramos de queso y tres panes, para dar de cenar a sus hijas…
¿Se me entiende?

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