Gabriel Albiac

«Siete millones, esa es la razón por la que Pablo Iglesias movía el entusiasmo en la Complutense»

"Siete millones, esa es la razón por la que Pablo Iglesias movía el entusiasmo en la Complutense"
Gabriel Albiac. PD

Gabriel Albiac cuenta por qué en la Complutense la hoy turba podemita llegó a pedir su cabeza hace ya unos cuantos años, justo coincidiendo con el fallido golpe de estado a Hugo Chávez, presidente de Venezuela en 2002, y donde él se posicionó a favor de la caída del ‘Gorila Rojo’:

Me sorprendió la violencia, entonces. No se ajustaba a medida. Era abril de 2002. Y un caudillo acababa de caer en Venezuela. Nada nuevo: la triste historia de América Latina está hecha de espadones que desplazan a espadones. Escribí. Nadie podía esperar que el derrocado me generara ternura; aunque ninguna ternura sintiera por sus contrarios. Hay gente que ama a los dictadores, a algunos dictadores. No es mi caso. Combatí el franquismo desde que yo era un crío: no hay en ello mérito ni demérito; sencillamente, no tuve más opción que estar en guerra contra lo que me hizo la guerra desde la cuna. Así que la caída de Hugo Chávez, caudillo golpista, me regocijó. Más me hubiera regocijado la de Castro.

Detalla que:

La reacción fue inmediata. Y excesiva. Me convertí en un enemigo del pueblo y un genocida. Y todavía al jubilarme, trece años más tarde, fui despedido con un hermosa pintada de «Albiac, desde siempre fascista», cuya foto atesoro como sincero homenaje: que los fascistas pidan tu cabeza por fascista es lo mejor que te puede pasar en esta vida.

Lo peculiar de aquello fue que me vino de donde no esperaba: antiguos alumnos míos, profesores ya. Aprendí, en la práctica, lo que había leído en Steiner: que uno es moralmente responsable, no sólo por lo que «sabe» que escribe y enseña, sino también por las ambigüedades que hacen de lo que escribe y enseña cáncer en sus discípulos. Y entendí que mi tiempo de docencia había terminado -mejor así- en un venerable fracaso.

Pero, a primera vista, aquello no tenía lógica. ¿Por qué un Tirano Banderas de programa y modos mussolinianos, heredero de ese fascismo para Latinoamérica que fue y es el peronismo, movía el entusiasmo de la exquisita vanguardia de la Complutense?

Aclara que:

Lo entiendo ahora. Se llama siete millones de euros, con «el objetivo de desarrollar la conciencia social bolivariana en las instituciones del Estado [español] y sus trabajadores, en una acción catequizadora sostenida hasta lograr una estructura social incluyente, un nuevo modelo social, productivo, humanista y endógeno, en el cual todos vivan en similares condiciones, bajo el postulado del libertador, «la suprema felicidad social»». Firmado, Hugo Chávez, Caudillo de Venezuela. Factura por los servicios contratados a los bolivarianos españoles. Bueno, si lo que estaba en juego eran siete kilos y la felicidad perpetua, doy todo por bien empleado.

Y remacha:

La vida es verdaderamente perra. Y las retóricas humanitarias acaban siempre por encubrir lo mismo: dinero y poder, dinero que da poder. No había entonces Podemos: primero fue CEPS, su tapadera contable. Nadie ignora que sin dinero abundante no es posible irrumpir en el mercado electoral. Y el dinero no sale gratis. Nunca. Lo cual, el contrato chavista deja claro: chavizar España era el precio. Se llama corrupción. Se llama también delito, puesto que la ley prohíbe la financiación extranjera de un partido: «los partidos no podrán aceptar ninguna forma de financiación por parte de Gobiernos y organismos, entidades o empresas públicas extranjeras o de empresas relacionadas directa o indirectamente con los mismos» (Ley Orgánica 3/2015, art. 7.2). Más aún, si quien paga es la tiranía populista que Human Rights Watch describe. Corrupción y poder se espejean. No hay excepción a eso: la corrupción es la esencia de la vida, reza un aforismo aristotélico. Y hoy, la corrupción es la esencia de la política.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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