Javier de Lucas

Los ideales y la nada

Los ideales y la nada
Javier de Lucas. PD

Observar la realidad diaria es una especie de pesadilla que, de no ser por los mecanismos de defensa que posee la psique humana, no podríamos soportar ciertas situaciones desde todo punto alarmantes.

Los acontecimientos políticos de los últimos meses nos han producido tal inseguridad y desazón que, en muchos momentos, al que más y al que menos, se nos ha pasado por la cabeza si lo que estaba ocurriendo era producto de una pesadilla que pertenece a la realidad o la realidad que pertenece a una pesadilla.

Tanto es así que ni el propio Descartes podría hacerse una idea ni clara ni distinta acerca de dónde se nos muestra la realidad. Lo cierto es que, sea lo que sea, nos está afectando, y de qué manera, una situación angustiosa por insólita y tenebrosa que ya poco importa si pertenece al mundo de la realidad o de los sueños.

Da miedo ver cómo las cosas pueden complicarse hasta límites insospechados. Pero lo más alarmante es pensar que todas estas inquietudes que nos ocupan y preocupan son debidas a la manipulación y el engaño de quienes pretenden «tomar» el poder a toda costa, que es lo mismo que tomar el poder por la fuerza (de la ambición).

Y dicen que todo es por salvar la democracia y a las clases más desfavorecidas. Bien es cierto que la democracia es el mejor sistema político posible; pero también es cierto que como todo lo que el hombre construye del mismo modo lo derriba. Porque de Clístenes hasta hoy, la Democracia que introdujo en Atenas, junto con la isonomía y el ostracismo, que en principio tenía como finalidad, distan ya mucho del poder real que en su día se le concediera a la ciudadanía, de la igualdad ante la ley y de la limpieza de posibles políticos corruptos o con vocación tiránica.

Para los políticos que nos gobiernan o pretenden gobernarnos, la democracia se ha convertido en el mejor aliado y camuflaje de sus verdaderas intenciones para hacer y deshacer a capricho con trapicheos y engaños; y todo justificado con la confianza depositada en ellos con los votos. Así, pues: Qué resulta ser la democracia; la más perfecta de las dictaduras.

Los argumentos esgrimidos en defensa de España, de la ciudadanía y del progreso, tiene como único soporte de razón un anacronismo ideológico que no por tan conocido lo ha hecho válido: sólo la izquierda radical es capaz de sacar a nuestro país, y a Europa entera, quizá al mundo, de la ruina moral, social y económica en la que estamos sumidos. Los demás, todos contra la pared, y a callar.
El pajarero Iglesias ha jugado con España y, lo que es peor, hasta con su propio partido. Le pasará factura, no cabe duda; porque es de natural que muchos de los que ahora lo dirigen se supone que madurarán, aunque sólo sea por interés. Ha utilizado el reclamo y la red pajareril; con aquél ha narcotizado a quien se licuaba por anidar en la Zarzuela; y con ésta (la red) ha hecho ver un horizonte de posibilidades, si que los pardillos repararan en la trampa que les esperaba ya muy cerca de su objetivo. Ahora vienen el llanto y el crujir de dientes…

Resulta imposible imaginar que una izquierda moderada y dentro de los cauces democráticos se deje aplastar por esta izquierda recalcitrante que no conduce más a la anarquía y la nada. Se complica, no obstante, y es cierto, habiendo un sector de la izquierda que ha de trabajar duro hasta hacer una catarsis que repare los daños colaterales, que son muchos.

De los centristas…, mejor hablar en otra ocasión; da para rato. Todavía no saben que el centro es una entelequia sin sentido, que no existe. No existe ni matemática, ni física ni metafísicamente hablando; y menos aún en la política. Nadie está en el centro. No deja de ser, como tantas otras cosas un argumento asintótico que lo invalida para aceptarse como verdad.

La Historia está llena de calamidades producidas por las ideologías; por ideales estáticos y rigorosos que sólo han traído servidumbre y sumisión, cuando no regresión y hambruna.

Decía Nietzsche: «Yo no refuto los ideales; ante ellos, simplemente, me pongo los guantes…» No le faltaba razón.
La experiencia nos ha enseñado que todos los ideales, sean del origen y el signo que sean, han marcado el tiempo con el inmovilismo, la cerrazón, el solipsismo…; porque, los radicalismos son nefastos todos, más aún si se adornan con un tinte mesiánico.

Hay demasiado Clodio Pulcro, demasiado político intrigante, contaminante… Clodio, que con sus malas artes obligó a que César tratara de defender su dignidad, aun sin dudar de Pompeya, repudiándola argumentando que sobre la mujer de César no podía caer ni la más mínima sombra de la sospecha. Clodio, contra el que tantas sospechas y acusaciones de corrupción y tramas se levantaron, acabó mal sus días en la indignidad y la ignominia.

Ya no hay confianza ni en los políticos ni en la política; se lo han ganado a pulso a lo largo de los siglos; ahora, me temo, es tarde para que recuperen esa confianza de los ciudadanos. Tal vez se necesiten milenios, quizá eternidades, para empezar a intentar redimirse. Y todavía nos dicen que no todos los políticos son corruptos.
El calado y alcance de todo esto está aún por llegar; no es nada para lo que se verá.

Se acaba de condensar en los Papeles de Panamá; porque, aunque como parece todo el mundo está bajo sospecha, a la UE se le ha abierto una vía de agua que no es previsible cómo se va a conseguir reducir.

El escándalo mundial es de tal magnitud que no tiene precedentes en la Historia; y con Cameron bajo sospecha tendrán que decidir sobre qué hacer con el Primer Ministro y sobre el sí o el no definitivo a la Unión. Puede ser el principio del fin de tanta indecisión británica ante los socios europeos.
Decía Churchill que cada país tiene el gobierno que se merece. ¡Quién se lo iba a decir!

Ya veremos qué nos merecemos ahora. ¿Será la penitencia por el pecado original?

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