Fernando Jáuregui

Los que maquinan cómo maquillan

Los que maquinan cómo maquillan
Prensa, periodismo, periodista, reportero y medios de comunicación. PD

La verdad es que el ‘caso Soria’ no me parece lo más preocupante que pasa en este país nuestro en esta recta final hacia el final. Ni el ‘affaire Granada’, que afecta al alcalde, pese a lo rocambolesco y espectacular.

Ni todo lo relacionado con Valencia, o con el Canal de Isabel II, que a este paso va a ser más connotado que el Canal de Panamá.

Puede que el ya de hecho ex ministro de Industria (no puede dimitir, sino renunciar, etc) al fin y al cabo no haya hecho nada ilegal, aunque sea poco estética su trayectoria empresarial ‘internacional’, ejem, y lo mismo digo del regidor granadino, ‘Pepe’ Torres Hurtado.

O hasta de Rita Barberá, fíjese usted si estoy dispuesto a admitir cosas. A mí, lo que me resulta verdaderamente inquietante de todo este conjunto de asuntos pringosos es la gestión del Gobierno de todos estos casos en su totalidad. Que no hay nadie al timón, vamos. O que no hay, por no haber, ni siquiera timón.

Si hemos de decirlo todo, la comunicación ha sido tradicionalmente una de las asignaturas reiteradamente suspendidas por un Gobierno que, en el fondo, tiene a su frente a alguien que siempre ha despreciado la comunicación.

Y que nunca ha entendido que, en política, al ciudadano las formas le resultan tan importantes, al menos, como el fondo, porque las unas son el reflejo del otro.

Ahora, ante el estallido de varias situaciones de crisis, a las que cualquier empresa tendría que hacer frente con planes específicos, bien pensados, coordinados, el Ejecutivo nos ofrece una sensación de dispersión, caos y total falta de planificación.

Porque ¿qué empresa hubiese tolerado que uno de sus principales ejecutivos, puesto en cuestión por unos papeles procedentes de Panamá, pongamos por caso, salga por su cuenta y riesgo a los medios, proclame su inocencia a base de acusar a los demás de cometer errores, para, luego, en horas veinticuatro, rectificar dos veces de manera chapucera y trapacera, sin que nadie, ningún portavoz de la empresa, salga a echar un capote, a puntualizar, a desligarse o a hacerse solidario con el ‘empapelado’, es decir, a templar y mandar?

Al fin y al cabo, los ‘papeles de Panamá’ han asolado toda Europa, y hemos visto cómo, desde Cameron hasta el ‘premier’ islandés, han reaccionado de manera equilibrada, valiente, dando la cara como han podido, pero siempre con cerebro, no solamente con proclamas.

El ‘caso Soria’, que probablemente nunca debería haber sido una crisis de la magnitud que ha sido, es todo un ejemplo de que para poco sirven tantos asesores con sueldos millonarios, secretarios de Estado y directores de la cosa, vicesecretarios de partido y currinches variados, si no hay un regidor que ordene la partitura, un afán por la verdad y la limpieza y una serenidad en la ordenación del panorama.

Así, hemos visto discusiones airadas en los pasillos del Congreso acerca de si el acusado debe o no comparecer ante una comisión parlamentaria, dudas semipúblicas acerca de si el mentado ‘empapelado’ debía o no asistir al Consejo de Ministros de este viernes, que si había que echarlo, que no, que no se puede, que se vaya, tampoco y hemos visto más dudas aún acerca de lo que la portavoz del Gobierno debería decir cuando mantuviese su obligada comparecencia ante los periodistas tras ese Consejo, de la misma manera que hemos asistido a espantadas a la prensa en los ‘mítines electorales’ del presidente en provincias (¿qué hará Rajoy en su acto estelar de este sábado en Zaragoza, por ejemplo?), no afrontando las malas nuevas.

Todo un dislate encadenado, un dislate en funciones, que hace sospechar al ciudadano que hay más gatos encerrados de los que probablemente, en la realidad, hay. La mujer del César no solamente ha de ser honesta: además, ha de parecerlo. Y, para ello, alguien tiene que ocuparse eficazmente de ello.

O tome usted el ‘caso Torres Hurtado’, por poner otro ejemplo de caos ambulante. Una desproporcionada actuación policial, que ha sido criticada públicamente hasta por la Fiscalía del Estado, una expulsión exprés del alcalde de su partido, el PP, del que el afectado se entera cuando estaba dando una rueda de prensa para explicar ‘lo suyo’; sea lo que sea ‘lo suyo’, que ni siquiera quiero entrar en el meollo de un asunto que a los servicios policiales y judiciales compete, en esta hora, desentrañar.

Ha habido precipitación, espectacularidad excesiva a la hora del registro y detención en el domicilio del munícipe (para luego ponerle, sin más, en libertad), unas ganas poco meditadas de mostrar rigor y eficacia en la lucha contra la corrupción. Y no hay favor mayor que a la corrupción se pueda hacer que lo excesivo y disparatado en las actuaciones contra ella.

Y lo mismo digo de ciertas filtraciones sobre actuaciones del departamento de Hacienda contra comunidades autónomas o ex dirigentes del partido gobernante: bien por Montoro versus Aznar, vale; pero* quo vadis, Montoro?. Pues eso: ¿cuál es el rumbo, capitán? Estamos en una campaña electoral vergonzante, subterránea, sucia por no declarada.

Quedan pocos días ya, o todavía, para que se admita oficialmente la incapacidad de toda una clase política de ordenar razonablemente las cosas y se convoquen formalmente esas elecciones que, hace tres meses, eran lo peor en el horizonte y ahora son casi hasta una esperanza, fíjese usted.

Pero, a este paso, advierto que, entre Soria, Granada, Valencia, canales varios, rebeliones catalanas, guerras de banderas tricolores en balcones municipales y déficits autonómicos, este período de (des)funcionamiento en funciones va a acabar desquiciándonos a todos.

Sobre todo, a los que, desde gabinetes tan caros, maquinan el maquillaje de los hechos. Y claro, todo lo empeoran los comunicólogos esos, que solo comunican lo que en verdad hay: un follón de aquí te espero.

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