Santiago López Castillo

Madio Ambiente o Ambiente Completo

Madio Ambiente o Ambiente Completo
Santiago López Castillo. PD

La mañana se ha levantado con panza de burra, aire fresco y en seguida los canalones del tejado se han puesto a gotear de forma terca, a plomo, igual que campanas oxidadas. Amo la lluvia, me recoge y me conforta. Si a ello añado la música clásica de radio de la ídem, o sea, RNE, pues ya me puedo echar el día con cierta quietud y perspectiva. Leo que 175 países ya han firmado lo del cambio climático, cuyo acto protocolario se centró en la cumbre de París 2015 (ahora, todo son cumbres, incluidos los de Podemos y no podemos, guerra a los impotentes, actíveselos con la milagrosa viagra). Me parece una excelente noticia, si, en verdad, ponemos los pies en la tierra y concebimos que la climatología es fundamental para el campo y su pastoreo, con sus flores y sus frutos, pero sin atosigar, urbanitas, con el bronceado de playas, bautizos y banquetes.

Mi amigo y excelso vate Francisco García Marquina, otro enamorado de la obra de Cela como servidor, es contrario a lo del medio ambiente. ¿Y por qué no del ambiente entero?, se pregunta. Es una buena pregunta, pero el hombre retuerce el lenguaje y lo acomoda a su inventiva. Hay que poner coto al CO2 y demás gases contaminantes. Marquina también vive en el campo al pairo de la brisa acariciadora y atento al sonido de la noche del cárabo. Viene bien, por otro lado, que personas de otra raigambre como Alberto de Mónaco, que es principado que no se sabe si sube o baja, si por delante o por detrás, o el Príncipe de Gales les dé por la Naturaleza con mayúsculas. Se lleva mucho e igual que los ecolo-getas que, afortunadamente, se van batiendo en retirada.

En su lugar, quiero decir de los autodenominados «verdes», están naciendo los falsos ciclistas, las bicicletas son para el verano, como la alcaldesa de Madrid, que saca las dos ruedas para las fotos, y luego se monta en el coche oficial y con escolta. Esta falsaria actitud me recuerda a aquel cantautor argentino llamado Jorge Cafrune, todo para el pueblo pero sin el pueblo, que llegaba a las localidades en Cadillac y antes de que lo vieran los pueblerinos se subía a un borriquillo, arre, arre, que te pillo.

¡Cuánta hipocresía, desfachatez y melodrama!

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