Cuatro meses después, conducidos y entretenidos por Pedro Sanchez con «sus noventa», cuatro meritorios y la conducta timorata de Ferraz, llegamos a donde estábamos, después de haber pedido el tiempo.
Si el pueblo hubiera votado su ensoñación, como pretendió argumentar cuando vió que no salía, no habría votado algo imposible de alcanzar.
Tener a 47 millones de españoles pendientes durante cuatro meses, de un ego visionario que leyendo panfletos de palabrería veía algo que nadie veía; llamar indecente al Presidente del Gobierno de la Nación y causar daños políticos y económicos incalculables que se habrán de evaluar cuando todo esto esté resuelto.
Todo esto, es pensamiento débil, no por Derrida ni por Vattimo, no por tolerancia, diversidad o pluralidad; ni siquiera por falta de fuerzas o de ganas, sino por pura ambición e interés personal.
El Sanchez altanero, que en lugar de irse a su casa tras el peor resultado del PSOE con «sus noventa», despreció y ninguneó durante meses al partido ganador de las elecciones, todavía nos dejará en los próximos dias alguna prenda a la desesperada con tal de evitar su salida del primer plano de la política, que cada vez parece más cerca.
Y entre tanto ¿Quien nos resarce de tanto tiempo perdido? Porque ellos todos van a cobrar el «salario de transición», al que si tuvieran dignidad renunciarían.
Esta España en ciclo centrífugo y pensamiento débil que «ha querido castigar la corrupción dividiendo al país aún más», como sólo haría un enemigo, como si no lo estuviera ya bastante, se ha equivocado.
Un cosa es que castigar la corrupción, querer reconstruir una nación con autoridad e impulso regenerador y otra «deconstruirla» sin autoridad, sin regeneración y sin votos, pararla al menos seis meses y dejarla convertida en un reino de taifas, desmontada, desnortada y deconstruida.
