Victor Entrialgo de Castro

A qué empresa se nos convoca

A qué empresa se nos convoca
Víctor Entrialgo de Castro, abogado y escritor. PD

Las cansineces telediarias que ya hemos visto otras veces, no declaran lo que hay, ni convocan a una empresa importante y atractiva, que son las dos tareas esenciales de un líder político.

Esa labor no precisa fórmulas gastadas sino pensamientos y sentimientos que estimulen la voluntad de amplios grupos sociales.

Tampoco aparece por ningún sitio una actitud histórica que lleve a un aumento de la vida nacional independiente del estado.

Nada de esto que pedía Ortega a «un político de verdad» se ve en el horizonte.

Sólo se ve el «Sálvame» del Parlamento, la Miss Aeropuertos, ex-jefes de Estado Mayor que lo quieren hacer menor, numeritos de ruedas de prensa, charlatanes de mármol, diputados que cobran y no renuncian al Estado del que reniegan, vedettes de Consistorio, bebés que ya no han vuelto al Congreso.

Y en lugar de grandes coaliciones ya inventadas que busquen el interés general de grandes mayorías, coaliciones desaforadamente ansiosas de poder que buscan exclusivamente el interés de pequeños grupos de gente sin experiencia laboral ni vital, no digamos ya prestigio profesional, sin bagaje ninguno, o sea, sin vergüenza.

Y por último Garzón, «el Bustamante de la canción marxista», el chico que no ha trabajado jamás y que dijo aquella patochada de «ciudadano Felipe» copiando a su primo de Humosol, con el que ahora se está repartiendo a mordiscos los trozos de izquierda unida a cambio de aparcar su taxi en el garaje de Podemos.

Si el político que metió a Izquierda unida en un taxi y ahora quiere atarlo al remolque de la caravana de Podemos, es el político mejor valorado, es que todas los sondeos y encuestas, aparte de dar suculentos beneficios, son una absoluta patraña.

Y el alma, ¿donde está el alma de los políticos? Manuel del Rosal escribia el otro día que en las circunvoluciones cerebrales. Pero si en el común de los mortales no se ve, en los políticos no se siente.

El alma de un político es la coherencia de lo que proclama, de aquello para la que convoca al pueblo y reclama su participación, con lo que hace y se propone hacer y el entusiasmo que logra contagiar. Todo lo cual, al menos de momento, brilla por su ausencia.

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