Alfonso Rojo

El Gorila Rojo se sube al árbol

El Gorila Rojo se sube al árbol
Alfonso Rojo, director de Periodista Digital S.L. PD

Lo ves embutido en su chándal de poliéster, vociferando memeces y aquí algunos se ríen, pero el personaje no tiene gracia alguna. Nicolás Maduro es un facineroso.

La progresía suele argumentar en su disculpa que ganó las elecciones democráticamente, pero ni siquiera eso es cierto.

La única ocasión en que el chavismo se impuso en las urnas sin hacer trampas, manipular censos, perseguir periodistas, tirotear candidatos y amañar recuentos fue el 6 de diciembre de 1998, cuando Hugo Chávez accedió por primera vez a la presidencia de Venezuela.

Después de esa fecha y cada vez con más descaro y brutalidad, han retorcido la ley y tirado de pistola para cerrar la boca y el paso a los disidentes. Con la connivencia de jueces venales y el aplauso de los Pablo Iglesias, Errejón, Verstrynge y caraduras como el pegón Bódalo o la tribal Anna Gabriel, a los que han financiado con dinero de los sufridos venezolanos o pagado viajes a Caracas.

No hace mucho que en Antena 3, el mustio Alberto Garzón le dijo a Susana Griso que Venezuela es «una de las democracias más avanzadas, exactamente igual que España o Francia».

No hijo, no. La imposición del estado de emergencia y el anuncio de que no permitirán ese referéndum revocatorio, que el propio chavismo incluyó en la Constitución, han volatilizado las escasas esperanzas de una solución pacífica.

El ‘Gorila Rojo’ se ha subido al árbol y matará a quien sea. Perdió de forma abrumadora las últimas elecciones y tiene en contra al 80% de la población, pero sigue torturando en sus mazmorras a opositores como Leopoldo López y confía en que los militares, ese millar de altos oficiales que se han hecho millonarios con el narcotráfico y la corrupción petrolera, lo apuntalen en el cargo, habida cuenta de lo que se juegan.

La tesis de EEUU es que se está fraguando un ‘golpe blando’ y que Maduro será sustituido a medio plazo por una figura más aceptable del régimen bolivariano, antes de que tenga lugar la verdadera transición.

No hay tiempo para eso. El drama es tan grande, el sufrimiento tan intenso, el dolor tan indignante y la incompetencia tan demencial, que cuesta creer que en los cuarteles no haya ya un puñado de oficiales patriotas decididos a marchar sobre el Palacio de Miraflores, meter al gorila en una jaula y remitirlo hacia Miami, para que pase una larga temporada en la misma prisión donde envejeció el panameño Noriega.

ALFONSO ROJO

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