Hace tiempo que el socialismo entró en la UCI, pero su estado a muchos observadores políticos les parece ya irreversible con Unidos Podemos comiéndole el espacio y levantando ilusiones en buena parte del electorado más tradicional del PSOE.
El «sorpasso» en la izquierda se masca. Cada cita ante los suyos de Sánchez se asemeja a una reunión de caras serias, de gentes comentando cómo se masca la próxima derrota. Lógico: están para pocas jaujas.
Así arrancan la precampaña el líder socialista y su gente. Todo lo más, se dedican a pedir agónicamente, como se viene haciendo, unidad. Fotos de mandatarios socialistas juntos, aunque luego se sepa (y no les importe decirlo incluso en corrillos off the record a la prensa) que en privado acaban a farolazos, como en el rosario de la aurora.
Cuestión de imagen. Eso es lo que necesita el secretario general de los socialistas: que no se le rompan las filas, porque una dispersión en plena carrera hacia el 26J significaría inevitablemente la muerte.
Y ese es el aviso continuo que sale de las cocinas de Ferraz. Ciertamente lo último que faltaría a Pedro Sánchez para cerrar su ejercicio sería dejar como herencia un partido troceado.