Un año de populismo municipal en Madrid y media España

El dilema de Carmena y sus cuates podemitas: plantar acelgas o asar la manteca

El dilema de Carmena y sus cuates podemitas: plantar acelgas o asar la manteca
Uno de los colillometros puestos por Carmena en Madrid. AC

Lo de los churros, la nicotina como herramienta demoscópica, el agua fresquita de la fuente o las hortalizas de altura forma parte del último paquete de medidas de Manuela Carmena

La columna es de Jeús Lillo, aparece en ‘ABC’ este 24 de mayo de 2016 y es desternillante, aunque a alguno le hará llorar; sobre todo si es víctima del populismo muncipal que impera en Madrid y en media España desde hace un año:

Según pasa el tiempo, y ya ha pasado un año, la victoria de las franquicias locales de Podemos en las elecciones municipales del 24-M de 2015 va adquiriendo la categoría de señal del cielo. Rita Maestre no acudía a la capilla de la Complutense con la intención de ofender a los creyentes, sino a pedirle a la Virgen que mediara por ellos y tapara con su manto esas vergüenzas que tanto se empeñan en mostrar en público.

No ha podido ser. Cuando no les asoma alguna veta violenta -física, tuitera, moral, histórica e incluso económica-, los equipos de Podemos se dedican a anunciar y poner en marcha unas ocurrencias que no hacen sino proyectar su incapacidad gestora, nacida en un entorno asambleario cuyos participantes compitieron durante meses en temeridad, irresponsabilidad y desahogo. Les salía gratis.

Plantar acelgas o lechugas en la terraza del Ayuntamiento, invitar a los vecinos a participar en un sondeo con sus colillas, llenar de churrerías artesanas los mercados municipales o repartir botellas para que la gente las llene en las fuentes municipales pertenece a ese subgénero de la política que tanto apasiona a quienes se pusieron a asar la manteca en las plazas de media España.

Que un PSOE desfondado y sin norte se cruzara en su camino y les pusiera un despacho fue, hace ahora un año, una bendición.

Lo de los churros, la nicotina como herramienta demoscópica, el agua fresquita de la fuente o las hortalizas de altura forma parte del último paquete de medidas de Manuela Carmena, cuyo primer aniversario en el Ayuntamiento de Madrid constituye una impagable muestra del nivel que alcanzaron aquellas acampadas de las que surgió, fermentado, su equipo de gobierno.

Las graves consecuencias del sectarismo con que la filial de Podemos demuele la operación Chamartín o maquina para hacer de la oferta cultural de la capital una herramienta de propaganda -también en la base de las políticas de tierra quemada practicadas por sus pares de Barcelona, Cádiz o Valencia- llegarán a medio plazo.

Sus ocurrencias, sin embargo, quizá tengan efecto inmediato en la opinión pública, alertada sobre las inquietudes, el recorrido y, por elevación electoral, los riesgos de quienes utilizaron a las víctimas de la crisis para ponerse a reiventar la democracia real con colillas y a tapar con el humo de una alcaldesa de cuento sus destrozos. Querían un despacho y había que haberles dado y puesto una plaza. Por la memoria, histórica o inmediata.

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