Fernando Jáuregui

Quizá llegue la hora del Rey… o de la sociedad civil…

Sospecho que el debate ‘a cuatro’ de este lunes, tan seguido por tantos que luego saldrían defraudados, ha servido para certificar algo que sabíamos: el altísimo riesgo de que los resultados electorales abran otro período de incertidumbre, de Gobierno en funciones, de esperas.

Nadie podrá formar Gobierno si se cumplen los peores -ni aunque se cumpliesen los mejores-augurios de las encuestas y, lo que es más grave, ninguno de los cuatro candidatos se apeó de las posiciones ya conocidas desde diciembre, o desde antes: los mismos vetos, las mismas alianzas soterradas, idénticas posiciones a las que sirvieron para tener que repetir las elecciones.

Así, y lo confesaba un atribulado asesor de uno de los cuatro candidatos tras el debate, puede que estemos abocados a lo que nunca deberá ocurrir: unas terceras elecciones. Y eso, de ninguna manera.

Yo solamente veo dos salidas para evitarlas, salvo que ocurra algo relativamente improbable, como que las encuestas, todas, se hayan equivocado de medio a medio y los resultados en la noche del día 26 animen una solución pactada ‘previsible’.

Entre estos pactos previsibles no contemplo, en ningún caso, ni el del PSOE con Podemos-Pedro Sánchez dejó bien claro en el debate su rechazo a los escenificados cantos de sirena de Pablo Iglesias_ni el de Ciudadanos con Rajoy -ojo, digo con Rajoy, no con el PP–.

Descartadas estas posibilidades, solamente se me ocurre, en primer lugar, que los malos resultados previsibles para los dos partidos antes hegemónicos acaben haciendo saltar a Mariano Rajoy y a Pedro Sánchez, que ya han demostrado su incapacidad para entenderse.

Eso, sin duda, posibilitaría un acuerdo, que no tendría por qué llamarse de gran coalición, en favor de la gobernabilidad, en base a un programa reformista para una Legislatura de corta duración.

Un acuerdo este en el que podría, y debería, figurar también Ciudadanos. Claro que ese acuerdo no será fácil y llevaría su tiempo: sustitución en las cúpulas de los dos partidos, tal vez en los respectivos congresos que ya han sido demasiado aplazados; conversaciones sobre reformas concretas a poner en marcha y viraje en el ‘no, nunca, jamás’ del PSOE -que no es solamente de Pedro Sánchez- a un cierto entendimiento ‘in extremis’ con un PP que tendrá, hasta cierto punto, que reinventarse, aunque gane las elecciones por la mínima, que es lo previsible.

Es decir, un replanteamiento a fondo en las tácticas y las estrategias de los que antes eran partidos mayoritarios, que tendrán que entender, esta vez sí, el mensaje de las urnas.

La segunda hipótesis es aún más remota, pero también constitucionalmente posible: una figura independiente, sugerida por el Rey con el acuerdo de todos los partidos, para encabezar un Gobierno de transición que, a este paso, se convertiría casi en un Gobierno de salvación nacional.

Como suena. Quizá ese, tan arriesgado por muchos conceptos, no debería ser un paso a dar exclusiva ni principalmente por el Rey, sino por sectores de la sociedad civil apoyando esta solución: intelectuales, periodistas, empresarios, colectivos profesionales, sindicatos…

Sería el momento en el que esa sociedad civil, siempre tan postergada en España, en algunos sectores tan corrompida, dejase oír una voz harta pero constructiva, moderada pero firme. Basta ya.

Porque naturalmente que hay muchas personas de prestigio, no ligadas a partidos (o sí, tampoco importa demasiado), capaces de sacrificarse para conducir un Gobierno plural, técnicamente competente, que, en año y medio o dos años, completase eso que algunos llamamos una segunda transición, elaborando reformas constitucionales y legales -en la normativa electoral en primera instancia– que impidan que lo de ahora se repita nunca más.

Al fin y al cabo, como tantas veces se ha repetido, Adolfo Suárez, que era un hombre que ya nada tenía que ver con sus orígenes políticos -un independiente, por tanto, si así queremos considerarlo-, fue capaz de dar la vuelta como un calcetín a un Estado agotado en solo once meses.

Y ahora, la ventaja es que no hay sectores abiertamente contra la reforma ni el Estado está -aún- agotado, aunque tenga graves riesgos ante sí, como el del secesionismo de una parte de los catalanes.

Esa que apunto es la que yo llamaría ‘la hora del Rey’, a quien hay que preservar del desgaste por encima de todo. O de la sociedad civil. Claro que no encontrará usted hoy ni una sola voz política que avale o apoye -públicamente- una salida semejante, entre otras cosas porque plasmaría el inmenso fracaso de toda una llamada ‘clase política’.

Pero en las entretelas de eso que se llama cenáculos y mentideros de la Villa y Corte ya he empezado a escuchar susurros alarmados que dicen que cualquier cosa menos la hecatombe.

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