Javier de Lucas

De exc eso, introspección, doxóforos y ciudadanos indignados

De exc eso, introspección, doxóforos y ciudadanos indignados
Javier de Lucas. PD

En el pórtico del templo de Apolo, en Delfos, donde se encontraba el oráculo más importante de la antigüedad, estaban escritos los ciento cuarenta y siete preceptos morales más notables atribuidos a los siete sabios de Grecia. En el frontispicio del templo había grabadas las tres inscripciones esenciales para que las pudieran leer todos los visitantes: «Conócete a ti mismo», «Nada en exceso» y una misteriosa «E», referida a Él, al Hombre, según Protágoras; o a Él, a Apolo, según Plutarco…

Cuando Protágoras se refiere a que «Él» («el hombre es la medida de todas las cosas»), no está claro si lo hace como individuo o en el sentido social y colectivo; se interprete como se interprete, surge el relativismo, cargado de no menos ambigüedad propia del sofista que era, al afirmar que cada individuo o sociedad posee su verdad por el hecho de dimanar de su opinión («doxa», para Parménides, para distinguir la vía de la opinión de la vía de la verdad), mientras pone en duda la existencia de la verdad en sí misma. Es decir, que según Protágoras no existen verdades; la única verdad es la opinión de cada cual.

Esto era muy propio de los sofistas, que veían la virtud no como bonhomía, como integridad moral, sino como la capacidad para triunfar por medio de argumentos discusivos capaces de hacer ver como sólidos los argumentos más débiles.

La importancia que de las tres frases se desprende, es más que evidente. El tiempo parece que se ha paralizado desde este punto de vista, por su vigencia hasta hoy.
Son más de dos milenios los que han transcurrido, a lo largo de los cuales Europa se ha convertido en la cuna del conocimiento y de la cultura occidental. Principalmente las invasiones de las antiguas civilizaciones grecolatinas y el asentamiento del cristianismo, han dado lugar a grandes acontecimientos históricos, hasta imprimir en nuestro Continente un carácter muy definido y de gran influencia en todo el mundo. Ha habido varios intentos de unificación europea desde siempre, guerras crueles y mucha sangre derramada en nombre de Dios, como razón de ser de su identidad moral y política.

Desde esta perspectiva moral y política, que debería ser lo mismo, la verdad es que hemos avanzado muy poco. Del «nada en exceso» délfico, hemos llegado a que todo ha sido un exceso, refiriéndonos a Europa, y en España, como estado constituyente, más aún. No es derrotismo, es la triste realidad. Nos encanta dar la nota, y lo conseguimos con creces, pero siempre desafinando.

La política ha ido a peor en los últimos dos siglos, y el concepto de democracia tiene hoy en día tantas lecturas como opiniones puedan surgir de cada sociedad o individuo, como afirmaba Protágoras; pero no deja de ser un error.

Que el hombre es la medida de todas las cosas, es muy probable; sobre todo si lo entendemos como que en el hombre se halla todo potencial y condición de posibilidad de todas las cosas, ya sea como virtud o como vileza. Pero el problema surge a la hora de entender qué es «medida»; porque aseverar que la verdad no existe más que en forma de opinión («doxa») subjetiva induce a pensar en un simplismo interesado; lo que supone una distancia sideral del concepto del hombre como referente «numinoso», misterio terrorífico y fascinante (según Otto), vinculado necesariamente a lo sagrado… Fácilmente entendible teniendo en cuenta que somos hijos de aquella cultura clásica y del cristianismo.

La política en España ha excedido ya, además del esperpento, el límite de lo soportable. El descaro y la falta del mínimo respeto a los ciudadanos, la desvergüenza con que se exhiben ante los medios de comunicación con una ausencia total de veracidad y de compromiso ético, es una provocación para los sufridos y agotados contribuyentes ante tanto exceso de miseria y de codicia por el mero hecho de mandar, que no de gobernar.

Tal vez se haya adherido a nuestros políticos esa virtud que para Protágoras era la opinión como verdad, resultando una retórica vacía en detrimento del discurso enriquecedor y constructivo.

Platón censuraba la «doxa», la opinión, cargando sobre los que por medio de ella hacían del falso conocimiento apariencia de sabiduría, para beneficio propio y reconocimiento social. Él definió como «doxóforos» a los que «sus palabras en el ágora van más rápidas que sus pensamientos». Toso esto nos suena, ¿verdad?

El precepto de «conócete a ti mismo» parece que ha sido tenido en cuenta por los políticos de esta nuestra sociedad tan manipulada, vilipendiada, humillada, despreciada…; porque, sólo de ese conocerse a sí mismos impresentables ocultan su verdad vergonzante en opiniones carentes de peso y de sentido. Todo lo que se diga es poco de lo que parecen pensar nuestros políticos de la ciudadanía; porque, de lo contrario, no sería posible tanta iniquidad y corrupción como exhiben con su actitud ante los ojos perplejos de todos sin ningún pudor. Y cuando les salen mal las cosas optan por culpar al otro de sus desatinos, otros por justificar lo injustificable, otros por el silencio, otros por desaparecer… ¡He ahí el valor y la «medida» de todos ellos!

Uno se deja llevar por la ingenuidad, pensando que, en ellos, en los políticos, cabe la madurez, la sensibilidad y la integridad moral para sacarnos de situaciones impensablemente peligrosas. Y el caso es que cuando se les ve, se muestran incluso sonrientes, esperanzados y esperanzadores, como si no fuera con ellos el asunto.

Como si la indignación descomunal que se ha adueñado del ánimo de todos los españoles, tras las infamias a las que nos están sometiendo, fuera poco menos que la típica rabieta postelectoral, al no haber ganado el partido votado.
Están convencidos de que el voto emitido, o el no emitido, por los cándidos votantes es un sufragio irrestricto, sin condición alguna tras soportar la sarta de mentiras y de promesas vacías con que nos aburren a lo largo de las campañas lectorales… Y no es así.

¿»Esto» es la medida de todas las cosas?

Javier De Lucas

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