Manuel del Rosal García

Soylent Green

Soylent Green
Manuel del Rosal García. PD

«El futuro de los niños es siempre hoy, mañana será tarde» Gabriela Mistral, poetisa, pedagoga, diplomática y feminista chilena premio Nobel de Literatura 1945
«Vieja madera para arder, viejo vino para beber, viejos amigos en quien confiar, y viejos autores para leer» Francis Bacon, canciller de Inglaterra. Célebre filósofo, político, a bogado y escritor.

Esta sociedad, ensopada en lo que se ha dado en llamar progreso porque el coche es más rápido que el caballo, ha olvidado a sus niños y a sus viejos. A sus niños los aparca en guarderías en horarios demenciales y, cuando estos niños se hacen viejos, los encierra en residencias que más parecen cárceles. Hoy, el ser humano; de la mano de esta sociedad de progreso hasta la náusea, nace cautivo y muere cautivo tras llevar una vida entregada a la esclavitud de un consumismo devorador.

Llega el verano y con él un problema añadido para los niños. Los padres trabajadores y no trabajadores no saben qué hacer con sus hijos cuando les cierran los lugares donde, durante el resto del año, permanecen encerrados horas y horas; para pasar a seguir encerrados en lugares donde se dan enseñanzas alternativas que solo buscan dar tiempo a los padres robándoselo a los hijos.

¿Qué hacemos con los niños durante el verano? Todo menos tenerlos en casa, menos compartir con ellos estos meses para recuperar el tiempo perdido en el que no has podido convivir con ellos, menos hacer de padres, padres y madres, madres.

Campamentos de verano, clases de idiomas, enseñanzas de cualquier cosa con tal de que los padres queden libres de ellos, incluso ha habido peticiones para que las escuelas no cierren nunca. ¿Se imaginan esos padres que ellos nunca tuvieran ni un solo día de descanso en su trabajo? Hoy nuestros niños trabajan tres o cuatro horas más que sus padres.

Los veo en la piscina municipal de mí localidad todos los años: son los niños de los campamentos de verano que pasan unas horas en ella. Todos con las mismas camisetas y los mismos bañadores, todos aburridos porque no juegan. Ellos me lo han dicho. «Solo podemos hacer lo que nos dicen los monitores» «No tenemos libertad para jugar a los que se nos ocurra» «Así estaremos un mes entero para luego volver a la escuela» «Estamos hartos y aburridos» Ni añado, ni quito una sola palabra; es lo que me dicen.

Cuando se les pregunta a los expertos ¿qué hacemos con nuestros niños durante el verano? Nos recetan de todo menos lo que sería lo mejor para ellos: compartir la vida con sus padres ya que en todo el resto del año resulta harto difícil.
Soylent Green es el título de una película del año 1973 dirigida por Richard Fleischer y protagonizada por Charlton Heston y Edward G. Robinson.

La película se desarrolla en una sociedad distópica en la que los alimentos que ahora conocemos tan solo están al alcance de los privilegiados del gobierno, mientras la única fuente de alimentación de la población consiste en galletas llamadas Soylent Green. Están hechas, según el gobierno, de plancton. Robert Thorn (Heston), es un policía de la ciudad que vive con su amigo «Sol» Roth.

Cuando su amigo ingresa en la residencia para ancianos llamada «El Hogar», Thorn descubre accidentalmente que las galletas de Soylent Green no están fabricadas con plancton, sino con los restos, previamente tratados, de los ancianos que van muriendo en «El Hogar».

El tema es inquietante ¿verdad? Hoy a los ancianos se les estabula en las residencias hasta que le llega su muerte. En la película, cuyo desarrollo se sitúa en un futuro sin fecha, a los ancianos se les estabula, mueren y son reciclados como alimento en forma de galletas, porque la Tierra ha dejado de producir alimentos naturales en cantidades suficientes para todos. ¿Es ese nuestro futuro? ¿Es ese el siguiente paso en el abandono emocional y de cariño en el que se encuentran nuestros ancianos?

Todas las novela y películas distópicas nos ponen frente a un futuro muy negro. Un futuro que puede que se esté gestionando ahora cuando a los niños se les impide ser niños, se les roba su niñez y se convierten en un negocio manteniéndolos encerrados en lugares donde no pueden ser libres para, años más tarde, cuando alcancen la vejez; estabularlos en residencias hasta su muerte en las que dejan de ser personas para pasar a ser un objeto de otro negocio. Podíamos decir que el hombre de hoy nace como objeto de negocio, vive consumiendo como objeto de negocio y muere en una residencia donde termina su última etapa como objeto de un negocio.

Manuel del Rosal

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